Por: Ángel Armando Castellanos | @aranha_azul
De repente te encuentras solo entre la multitud. Tus amigos se fueron perdiendo. Algunos están bebiendo cerveza, otros se fueron a ver a otra banda. Tú no supiste elegir y te quedaste solo, listo para vivir una nueva aventura. No tienes idea de qué toca la banda a la que involuntariamente verás. La gente que está a tu alrededor no parece estar interesada en contártelo.
Entonces escuchas unas baquetas anunciando el arranque de una canción. Acto seguido, la gente empieza a brincar y a corear la tonada que las trompetas hacen sonar. Aparece el vocalista, extravagante y alocado, un rockstar en toda la extensión. El público se entrega. Empiezas a formar parte de un mágico ritual deportivo del cual no tienes idea. Slam, le llaman.
Decides que es hora de disfrutarlo y comienzas a brincar. La masa te alienta a seguirlo haciendo y tu estilo es único. Quienes están a tu alrededor te sonríen y te invitan a integrarte al círculo social que acaban de organizar. Sin pensarlo demasiado aceptas. Devuelves la sonrisa y te dejas llevar hacia donde ellos están. Se arma un círculo y todos se abrazan. El espectáculo de la fraternidad ha comenzado.
Continúas saltando. La tonada de la canción es repetitiva y te la aprendes con facilidad. Empiezas a corearla aunque jamás la habías escuchado. El frío del aire se convierte en un ambiente cálido y el sudor chorrea por tu frente. Estás caliente y tu corazón indica que vivirás una experiencia inolvidable. Los coros aumentan de tono. Entiendes que se viene algo mucho más profundo y especial.
Un desconocido te empuja hacia el centro. Sucede lo mismo con otros partícipes del ritual deportivo. Los de mayor tamaño te avientan el hombro y te empujan mientras sonríen. Comprendes que de eso se trata y lo devuelves. Literalmente rebotas contra el costado de otra persona. El goce está en su máxima expresión. Sientes un codo en tus costillas y decides protegerlas colocando el tuyo.
Sigues brincando y el círculo de privilegio se hace más fuerte. Brazos colocados en los hombros denotan hermandad pura. Los saltos se hacen más intensos. La banda pausa su canción por tres segundos. Al reiniciar el círculo se deshace y los empujones son mucho más fuertes. Aprietas la espalda al recibir el golpe y la aflojas al darlo. Los gritos suben mucho más de tono y slam vive su clímax.
La acción regresa al cauce de los primeros acordes y aprovechas para respirar. El cambio de tono en la melodía te indica que está cercana a terminar y aprovechas para inhalar aún más oxígeno. Antes de que termine decides dejar tu alma en los saltos y empujones. El tema termina y te abrazas con los desconocidos, mientras el grupo le da las gracias a la gente por iniciar de tan buena manera. En la lucha slamera todos fueron ganadores. Quienes aún tienen fondo se preparan para una nueva batalla fraterna. Tú decides volver a empezar.