Recuerdo con sorpresa aquellos días grises y nublados del verano pasado. El panorama del Barça para la presente temporada era desolador, como la agonía. El único problema no era la prohibición de fichajes durante el mercado veraniego, sino también la salida de algunos jugadores que con una plantilla corta parecía alentar un final trágico. Pedrito confirmaba su hartazgo fichando con el Chelsea. Arda Turan seducía a la masa blaugrana pero la entristecía con no poder jugar hasta enero. Xavi decía adiós ante la mirada inapetente de Iniesta. A todo esto, el Real Madrid incrementaba el miedo con sus posibles refuerzos. Iker se iba en silencio pero Florentino mantenía un rifirrafe con el Manchester United para traer a De Gea. Chicharito volvía al infierno de Van Gaal y en su lugar aparecía el regreso de Morata, iluminado por una gran temporada con la Juventus.
Así comenzaba el año futbolístico. El temor corría tan rápido como la electricidad por las venas culés. La estrategia de Luis Enrique era tan cortoplacista como la memoria en Twitter. No había más remedio que ir partido a partido rezando por llegar al invierno con vida en las tres competiciones o en el mejor de los escenarios persiguiendo al Real Madrid con la menor diferencia posible. El panorama fue empeorando conforme se llenaba la clínica blaugrana. Casi todo el once titular pasó por la enfermería. De uno en uno y de dos en dos. Hubo encuentros en los que Luis Enrique debía rascar en la banca para encontrar debajo de una venda un suplente que cumpliera con las exigencias del primer equipo.
Con el viento en contra, el Barça iba avanzando con dificultad, pero avanzando. Sacando puntos con más corazón que futbol, mientras el Madrid asimilaba con mala digestión los conceptos de Benítez. Así se fue diluyendo la presión al tiempo que Neymar, Messi y Suárez confirmaban su romance. Lo que parecía una tormenta perfecta terminaba como el huracán Patricia, el supuestamente más agresivo de la historia, en tormenta tropical.
En cuatro meses el Barcelona creció tanto como la mala hierba en el campo. La Roma podría servir de termómetro, del cero a cero en la capital de Italia al 6-1 de esta tarde comparable en futbol con la del sábado pasado en el Santiago Bernabéu. El clima es inmejorable en Can Barça. Hasta la adversidad reverdeció la Masía. Luis Enrique encontró en Sergi Roberto el as bajo la manga para ganar las partidas cerradas. El pequeño principito aprovechó la oportunidad con valentía, pero sobre todo con talento y carácter. Dani Alves se alejó de las críticas con el balón en los pies y la diablura de un extremo. Y Suárez y Neymar, ese par que tienen la picardía de un maleante, cumplieron su palabra de no preocupar a Messi mientras éste se recuperaba.
Hoy el clima es muy diferente al del verano. La Apisonadora ha vuelto. El Barcelona se gusta y se divierte. La complicidad de sus delanteros refleja la alegría de un vestido que no trabaja por obligación, sino por felicidad. Luis Enrique consiguió inculcar la filosofía del esfuerzo, presión alta y rápida recuperación. Con ellas llegarían las paredes, los pases cortitos y los garabatos para matar al rival de sed y de impotencia. Aquellos días grises y nublados se han ido con un Barça que de lo único que se preocupa por ahora es de la adaptación natural de Arda Turan para la segunda parte.