Por: Raúl Garrido | @RauGarr
Sol, arena y mar, pura vida. Además de nadar y disfrutar del paraíso donde creció, Arenys de Mar, Francesc siempre estaba acompañado de un balón, su mejor amigo. Lo tenía claro: ser futbolista, jugar en el equipo de sus amores, portar la camiseta de su ídolo, ganar la Eurocopa y el Mundial, aunque fuese con España, y triunfar en la mejor liga del mundo.
Desde muy pequeño, su padre le vio las cualidades necesarias para triunfar y vivir de la redonda. De lo contrario, se dedicaría a los negocios familiares. Había que prepararlo para ambas. Comenzó a los siete años jugando futbol sala en el colegio La Presentación, donde se cansó de meter goles. Un par de años más tarde jugaba en el Arenys, ya en campo grande y con más noción de juego. El entorno futbolero le ayudó mucho, sobretodo el apoyo de su abuelo Àlex y su tío Jordi, siete años mayor que él. Su habilidad dentro del terreno de juego era fantástica.
Esas cualidades natas lo llevaron a fichar por el Club Esportiu Mataró a los 10 años, un equipo pequeño pero de gran tradición en Barcelona, nacido en 1912. Actualmente milita en la Segunda División Catalana, juega en el Camp Municipal del Centerari, un inmueble con capacidad para 4500 personas. Ahí estaba Francesc, portando la camiseta amarilla con rayas verticales en color negro, el short oscuro y las medias del mismo tono. Usaba el número cuatro, pese a jugar como delantero. Goleador.
Los rumores de un pequeño genio en el Mataró llegaron hasta Barcelona, el pequeño club tuvo miedo y quiso esconder a su nuevo ídolo del “monstruo” de la región, no querían ver partir tan pronto al goleador. La leyenda dice que Rodolfo Borrell, técnico del alevín culé viajaba a Mataró para ver jugar a Francesc, pero el club, celoso, lo escondía sin dejarlo jugar. Fueron varios los viajes que hizo el visor hasta que lo observó en la cancha, de inmediato lo fichó para el Barcelona. Un sueño se comenzaba a gestar.
Durante cinco años abordó el mismo taxi, el de Joan Jiménez, para ir a entrenar. Vivió un año en La Masía, hasta que su madre, Nuria, le sacó para tutelar su vida escolar. Se hizo muy amigo de un tal Gerard Piqué, casi inseparables, y años más tarde también coincidió con un joven argentino, Lionel Messi. Quien curiosamente debutó en el filial del Barça contra su exequipo, el Mataró.
Por las múltiples ocupaciones de sus padres, ambos empresarios, Francesc convivió mucho con sus abuelos, Álex e Isabel, y su tío Jordi. Por si fuera poco, vivía frente a un deportivo; las tardes estaban llenas de futbol, junto a su tío peloteaban hasta llegado el anochecer y aún así el pequeño no se cansaba, siempre quería más. Cuando sus padres se separaron, sufrió mucho, tanto que su rendimiento en el campo se vio afectado. Borrell lo notó y acudió a Josep Guardiola, ídolo de Francesc y mediocampista del primer equipo por aquel entonces, para pedirle que lo apoyara en tan difícil etapa. Pep le regaló una camiseta suya, firmada y con la leyenda: “Algún día serás el '4' el Barça”. Aún la conserva.
Con 16 años se fue a Londres, donde creció y maduró como futbolista, pero también donde conoció el amor. Llegó como un niño, solo. Regresó como un adulto, maduro. Un día, Wenger decidió vender a Patrick Vieira, el motor del Arsenal y le preguntó a Francesc si le sorprendía: “Por supuesto, Vieira sólo hay uno en el mundo”, habría contestado el catalán, quien desde entonces lo reemplazaría. En 2008 se convertiría en el capitán e ídolo de los Gunners, para después volver a casa. Bien dicen que nadie es profeta en su propia tierra. Dolido y maltratado, regresó a Londres para ganar títulos. Arsène no le quiso de vuelta por tener a Özil; Mourinho lo llamó y le dio las llaves de Stamford Bridge, donde poco a poco se vuelve ídolo. Cesc, el número cuatro.
