Por: Alfredo Alarcón Kádas
Hablar de Francesco Totti es hablar de fidelidad. Esa palabra que se ha ido desvaneciendo en el futbol con el pasar de los años. “Il Capitano” no conoce otros colores que no sean los de la Roma. Una relación que mantiene desde hace más de 20 años.
Los jugadores de institución están en peligro de extinción. Son piedras preciosas que, en la mayoría de los casos, se encuentran al final de sus carreras o ya han colgado los botines. Francesco es de esos. La camiseta vale más que todas las joyas del universo.
Su pasión no fue siempre el futbol. De niño soñaba con ser gasolinero. El motivo no era otro que el gusto de Totti por el olor de dicho combustible. Un trabajo que pudo desempeñar años después gracias a un programa de televisión italiano.
Sin embargo, también mostraba aptitudes para el balompié desde muy pequeño. Su madre decidió canalizar el talento de su hijo hacia un trabajo más redituable. Fue su misma progenitora la que rechazó una oferta importante de la Lazio porque no soportaba la idea de ver a Francesco lejos de su ciudad natal.
“Mi madre eligió Roma porque sabía que yo era de ese club. Si optaba por la Lazio, creo que me habría matado”, recordó el italiano para Tuttosport.
Con 13 años empezó su único, gran amor con la Roma. El 28 de marzo de 1993, el “Gladiadior” haría su debut con el primer equipo giallorossi ante el Brescia. Más de un año después (4 de septiembre de 1994), anotaría su primer gol, la víctima era el Foggia.
El joven Totti, delgado y rubio, vería cómo sus apariciones con la “Loba” se volvían cada vez más constantes. Sus padres tenían razón, el futbol era el camino destinado para él; escoger otro hubiera sido una terrible y frustrante decisión.
Recibió su primera convocatoria con la Selección absoluta de Italia el 10 de octubre de 1998 frente a Suiza. Dino Zoff, entonces seleccionador italiano, le dio su primer certamen internacional: la Eurcopa de Bélgica-Holanda del 2000. Holanda era el rival en las semifinales. La instancia de los penales iba a decretar al finalista.
Totti fue designado como cobrador en esa tanda máxima. La figura de Edwin van der Sar no le intimidaba en absoluto, a pesar de que el arquero holandés arengaba con aplausos a la grada local. Con rostro serio, el 20 italiano tomaría carrera para posteriormente picar el balón y ver cómo el gigante se vencía hacia su derecha mientras el balón cruzaba suavemente la línea de gol.
Italia caería a manos de una Francia que era manejada por un soberbio Zinedine Zidane. Aunque el protagonista en ese encuentro fue David Trezeguet, quien anotó el gol de oro en tiempo extra con el que los galos se coronaron.
Adelantaría su posición hasta convertirse en delantero centro. El papel le encajaba a la perfección; la clase y técnica lo llevaron a conquistar territorios vírgenes, ciudades iluminadas y países desconocidos.
La declaración de matrimonio con la Roma llegó en el 2001. Mejor regalo de bodas que un tercer “Scudetto”, no pudo haber. Un lazo permanente entre el diez y la “Loba” había terminado de crearse. Como punto final a esa temporada, la conquista de la Supercopa italiana ante la Fiorentina por un contundente 3-0.
La Copa Mundial de 2002 sería uno de los peores momentos en la carrera de Totti. El camino de la escuadra italiana no llegaría más lejos de octavos de final con una sorprendente Corea del Sur como rival. Un resultado desastrosos para el sub-campeón italiano tan solo dos años después del torneo continental.
Su segunda Eurocopa fue un total calvario. Un escupitajo al danés Christian Poulsen fue la actuación más recordada de Totti en ese torneo. Esa tranquila imagen mostrada ante Van der Sar cuatro años atrás, dejaba su lugar a otra más iracunda y agresiva. Italia no pasaría la primera ronda.
A pesar de aquella exhibición, el Real Madrid llamaría a su puerta. Haciendo uso de su imponente cartel, los merengues solo esperaban el “sí” del italiano; lo demás era de trámite. La respuesta del “Emperador” fue negativa. Su corazón fue puesto a prueba y supo sortear las promesas y pretensiones del conjunto español.
“Yo iba a ir al Real Madrid en el 2004. Quería un gran equipo para ganar y en ese momento, los dirigentes de la Roma no podían dame todo lo que yo quería. Pero al final, el corazón decidió que me quedara, gracias a Dios.
Aunque si me hubiera ido al Real Madrid, habría ganado tres Champions, dos Balón de Oro y muchas otras cosas más”, confesó el jugador romano a Tuttosport.
Ese mismo año, Pelé lo incluyó en la lista de los mejores 125 futbolistas de la historia con motivo del centésimo aniversario de la FIFA. Además de marcar su gol número 100 con la camiseta giallorossi. Dicha marca llegó a 107 meses después, convirtiéndose en el máximo anotador romano.
Solo dos años después, el éxito volvió a ser parte cotidiana de Totti. Primero, por la consecución de la copa italiana. Posteriormente, por la consagración mundial en Alemania.
El futbol suele dar revancha a quien se lo merece. Italia se volvió a ver las caras con Francia. Solo que esta vez, los demonios traicionarían a “Zizou”, dejando sin brújula ni corazón a la candidata internacional a llevarse el certamen en Berlín.
Como no podía ser de otra forma, la pena máxima terminó definiendo al campeón. Italia lograba la dulce venganza que estuvo planeando desde el pitazo final del 2000. Finalmente, la gloria regresó a los brazos del italiano.
Sus últimas conquistas llegarían en la temporada 2007-2008. Una copa italiana y supercopa italianas fueron los últimos trofeos colectivos en llegar a su palmarés.
Individualmente, ha recibido infinidad de premios como el Guerín de Oro en dos ocasiones; ocho Oscar del Calcio como mejor jugador italiano y hasta condecoraciones como Caballero, y posteriormente Oficial, de la Orden al Mérito de la República Italiana.
Figura en la cancha, víctima de bromas fuera de ella. Ante el ojo público, Francesco Totti no goza de una gran inteligencia ni astucia. Esos insultos no provocan algún tipo de herida al capitán romano. Incluso recopiló la mayoría de las frases cómicas para convertirlas en dos libros de chistes infantiles. Las ganancias fueron donadas íntegramente a la UNICEF; dándole, así, un nuevo sentido a todas las risas de las que es objeto cuando no juega su papel de ídolo con la “Loba”.
Así es Francesco Totti. El rubio de un solo escudo; hombre de un solo amor y único gasolinero fiel a la misma camiseta por más de dos décadas.