Por: Farid Barquet Climent
A Gerson Cruz Rocío
El Estadio Olímpico Universitario (EOU) es para muchos aficionados de Pumas —entre los que me incluyo— lo que para Fernando Savater es la tierra natal: “el rincón insustituible (…) hecho de gozo, rutina y lágrimas (…) que en nuestra memoria el tiempo despiadado nunca podrá del todo borrar” (1).
Inaugurado oficialmente el 20 de noviembre de 1952 con la presencia del entonces Rector Luis Garrido y de Miguel Alemán Valdés a escasos diez días del fin de su sexenio como Presidente de la República, la primera piedra de su construcción se colocó el 7 de agosto de 1950. El proyecto arquitectónico y la dirección estuvieron a cargo de los arquitectos Augusto Pérez Palacios —cuyo archivo personal fue donado por sus familiares a la Facultad de Arquitectura en 2003— Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez.
La primera justa deportiva que tuvo lugar en su seno fueron los II Juegos Juveniles Nacionales, que iniciaron aquel 20 de noviembre de 1952, aunque se tiene noticia de un evento previo: la quinta edición de los Juegos Nacionales estudiantiles, inaugurados el 22 de septiembre de 1951 (2).
Desde entonces son incontables los momentos de gozo, rutina y lágrimas que han tenido lugar al abrigo de sus gradas, no sólo para los aficionados de Pumas, sino para el deporte universitario, nacional y mundial: única sede, al menos hasta el verano de 2016, de una Olimpiada en Latinoamérica: los XIX Juegos Olímpicos México’68, aunque ensombrecidos por la cobarde matanza de estudiantes en Tlatelolco ocurrida diez días antes de su inauguración; la XIII Copa Mundial de Fútbol México ’86, toda vez que al estadio no se le permitió albergar partidos de la de 1970 por la incomprensión —en el mejor de los casos, como pensaba el Rector Barros Sierra (3)— si no es que la paranoia o la fobia abierta del entonces Presidente de la República Gustavo Díaz Ordaz hacia la Universidad; los Juegos Deportivos Panamericanos en 1955 y 1975; los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe en 1954 y 1990; los Juegos Deportivos Estudiantiles Centroamericanos y del Caribe en 1977 y la Universiada Mundial en 1979, amén de numerosos encuentros memorables del clásico de futbol americano Pumas-Poli, a los que deben sumarse diez partidos finales de la Liga mexicana de futbol —ocho de Primera División y uno de Segunda, que marcó el ascenso de Pumas al máximo circuito en 1962— siete de los cuales se conquistaron, no obstante que deberían contabilizarse ocho pero debe recordarse que en la primera final ganada de Primera División, en 1977, el partido de vuelta como local se jugó en el Estadio Azteca.
En su aforo el EOU tiene marcado su destino: 68,954 espectadores. 68 es el año de los juegos olímpicos y (1)954 es el año en que se fundó el equipo de futbol que en él se aloja: los Pumas de la UNAM.
En la pista del EOU durante las Olimpiadas de México ’68, el estadounidense Jimmy Hines, con su marca de 9.95 segundos, logró por primera vez en la historia bajar de los 10 segundos en los 100 metros planos. En aquellos juegos, el también estadounidense Bob Beamon impuso un nuevo récord mundial de 8.90 metros en salto de longitud, que se mantuvo vigente por más de dos décadas. Otro norteamericano, Dick Fosbury, enseñó al mundo la técnica de salto de altura que desde entonces y hasta la fecha emplean todos los competidores.
Dos atletas estadounidenses de raza negra, Tommie Smith y John Carlos, ganadores de las medallas de oro y bronce, respectivamente, en la carrera de 200 metros, en el podio de medallistas alzaron cada uno un puño enfundado en un guante negro, con lo que legaron al mundo una imagen que perdura como símbolo a favor de la igualdad y la no discriminación. Pero no debe olvidarse al otro medallista de aquella competencia: Peter Norman, atleta blanco, de Australia, país que como recuerda Riccardo Gazzaniga, en esa época “tenía leyes apartheid muy duras, casi como las de Sudáfrica” (4). Fue Norman quien aquel 16 de octubre en el EOU, al momento en que Smith y Carlos se dieron cuenta de que únicamente contaban con un par de guantes negros, propuso: “pónganse uno cada uno” (5), además de que durante la premiación portó un pin del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos que le facilitó otro atleta estadounidense, Paul Hoffman, tras lo cual, por órdenes del jefe de la delegación norteamericana, “inmediatamente Smith y Carlos fueron excluidos del equipo y echados de la villa olímpica, mientras que Hoffman fue acusado también de conspiración” (6).
De aquella Olimpiada queda para la memoria del atletismo mexicano el emocionante cierre de la carrera de los 20 kms. de caminata, en la que el Sargento mexicano José Pedraza cruzó la meta en segundo lugar.
El talud exterior del EOU, formado por las gradas del lado oriente, está decorado con el mural que algunas fuentes intitulan La Universidad, la familia y el deporte en México (7) y otras La Universidad, la familia mexicana, la paz y la juventud deportista (8), obra de Diego Rivera, en la que participaron 70 obreros, albañiles y canteros, así como 12 pintores y arquitectos. Además, al interior del palco del rector hay dos murales más de Rivera de menores dimensiones por definición: La llama olímpica y El escudo de la fundación de México-Tenochtitlán (9).
En el interior de uno de los 42 túneles por los que entran y salen los aficionados, el 29, ubicado debajo del mural imponente de Rivera, se vivió una tragedia por negligencia e imprevisión, toda vez que, como sostiene Gustavo Lugones, “lo peor que puede ocurrir en un espectáculo masivo es la situación de miedo generalizado del público” (10). Tal como documenta un testigo presencial de aquel triste hecho, el poeta Luis Miguel Aguilar (11), en el partido de vuelta de la final entre Pumas y América disputada en 1985 murieron asfixiadas ocho personas, episodio que debemos exigir que jamás se repita y esperar que así sea, gracias a la permeabilidad paulatina de la cultura de la protección civil en la sociedad mexicana, sobre todo a partir de los sismos de septiembre de aquel año.
El arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright, entre cuyas obras destaca el Museo Guggenheim de Nueva York, dijo del EOU: “El Estadio Olímpico de la Universidad de México es precisamente de México. Entre todas las estructuras que integran la Ciudad Universitaria varias se elevan a la dignidad de la arquitectura notable de México y sus grandes tradiciones. La primera entre todas ellas es el Estadio. Aquí se pueden ver las grandes tradiciones antiguas de México honrando a los tiempos modernos. Pero esta estructura no es una imitación, es una creación en el más auténtico sentido y está llamada a ocupar su lugar entre las grandes obras de la arquitectura de hoy y mañana” (12).
El propio Lloyd Wright declaró que su propuesta arquitectónica, denominada “arquitectura orgánica”, tenía influencia oriental solo en cuanto a que, en su concepción, “el espacio interior era la realidad de los edificios” (13). Si un inmueble se ajusta a esa afirmación es el EOU: en su interior han ocurrido momentos de gozo, rutina y lágrimas que cada asistente —asiduo, esporádico, de única ocasión o incluso quienes jamás han estado en él, sino que han seguido sus incidencias por radio o televisión— registra en un listado personalísimo —aunque susceptible de replicarse en el de otros— que da realidad al inmueble, del mismo modo en que, según Denise Dresser, cada mexicano hace acopio de motivos para confeccionar una lista “rica, colorida, voluptuosa, fragante” (14), que conforma “su propio pedazo del país colgado del corazón” (15).
En la lista de motivos que para ella conforman “el país de uno” figuran desde los murales de Diego Rivera —como los del EOU— hasta los huevos rancheros y las caricaturas de Naranjo. Yo también tengo una lista semejante, pero tengo otra plagada de escenas evocativas que para mí dotan de realidad ya no al “país de uno” sino al “estadio de uno”, es decir, a “mi” Estadio Olímpico Universitario. Algunas las vi in situ, otras no —porque no fui, no tenía edad suficiente o no había nacido— pero todas comportan o gozo o rutina o lágrimas, aunque sólo prefiero hacer inventario de lo primero: el gol de chilena de Hugo a Lavolpe; el tucazo de la final de 1991; la atajada de Campos a Alex Domínguez en ese mismo partido; los cinco goles al América en la fase regular de aquel torneo; el pie salvador de Sergio Bernal cuando languidecía la prórroga de la final del Clausura 2004 contra Guadalajara; el tanto de cabeza de Verón en las postrimerías de la semifinal de 2009 ante Puebla; las anotaciones de bolea de Luis García; la fina zurda de Negrete; los lances de Olaf Heredia y Adolfo Ríos; el torrente infinito de goles de Cabinho; la templanza rayana en la frialdad de Abraham Nava; la seguridad de Claudio Suárez, Ramírez Perales y Félix Cruz; los desbordes de Muñante, Patiño y Barrera; los kilómetros de estadio recorridos por Cuéllar y Leandro —sólo comparables con los que registra Antonio Quintino Mora; los regates de Ailton; las ráfagas de García Aspe, Memo Vázquez y Bolsonello; el deFbut de Diego de Buen; el liderazgo de Joaquín Beltrán; la clase de Manuel Manzo, Israel López y Braulio Luna; el toque de Vicente Nieto y Jaime Lozano; el gol de Javier Cortés que trajo el séptimo título de Liga; la comedia de Dante (López) —viaje, en palabras de Alberto Manguel, como el del otro Dante: de “duración desconocida (…) y muchas veces amargo” (16)— en tiempos en que aún no se encontraba en la “selva oscura” (17) sino en el “paraíso” del Clausura 2009; la goliza a Chivas con inolvidable actuación de Gonzo González; la entrega de Kikín Fonseca, la habilidad de David Toledo, los remates de Marioni… en fin, haga usted la suya.
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1 SAVATER, Fernando, “Pórtico: la tierra natal”, en Despierta y lee, Alfaguara, Madrid, 1998, p. 24.
2 PÉREZ BADILLO, Omar Ricardo, Rosa María IRIGOYEN CAMACHO y Fernando BOULOUF DE LA TORRE, “Estadio Olímpico Universitario, memoria del nacimiento de la Ciudad Universitaria”, AAPAUNAM, Academia Ciencia y Cultura Año 7, No. 2, Abril-Junio 2015, México, p. 123.
3 BARROS SIERRA, Javier, 1968. Conversaciones con Gastón García Cantú, UNAM, México, 1998, p. 84.
4 GAZZANIGA, Riccardo, “El hombre blanco en aquella foto”, disponible en: http://ladobe.com.mx/2015/10/el-hombre-blanco-en-aquella-foto/.
5 GAZZANIGA, “El hombre blanco en aquella foto”, op. cit.
6 UNAM-UNESCO, Campus Central de Ciudad Universitaria, México, 2007.
7 CRUZ GONZÁLEZ FRANCO, Lourdes (coord.) y MARTHA LEÓN (ed.), El Estadio Olímpico Universitario. Lecturas entrecruzadas, Dirección General de Patrimonio UNAM, Facultad de Arquitectura, Fundación UNAM, 8 UNESCO, Fundación Miguel Alemán A. C. y Fundación ICA, México, 2011.
9 CRUZ GONZÁLEZ FRANCO, Lourdes, “El estadio olímpico universitario del Pedregal. Permanencia y vigencia”, Bitácora Arquitectura No. 21, 2010, pp. 34-41, citada por PÉREZ BADILLO et al, “Estadio Olímpico Universitario, memoria del nacimiento de la Ciudad Universitaria”, op. cit., p. 122 y 126.
10 LUGONES, Gustavo, “Hacia un sistema preventivo e inclusivo en la seguridad del fútbol”, en ROFFÉ, Marcelo y José JOZAMI (comps.), Futbol y Violencia: Miradas y propuestas, Lugar Editorial, Buenos Aires, 2010, p. 50.
11 AGUILAR, Luis Miguel, “El túnel”, La Jornada, 29 de junio de 1985, disponible en: http://www2.juanfutbol.com/articulo/rockbertoqc/el-tunel.
12 LLOYD WRIGHT, Frank, en UNAM-UNESCO, Campus Central de Ciudad Universitaria, México, 2007.
13 LLOYD WRIGHT, Frank, en entrevista con Henry BRANDON publicada originalmente en The Sunday Times el 3 de noviembre de 1957, recogida en The Penguin Book of interviews y traducida al español en SILVESTER, Christopher, Las grandes entrevistas de la historia (1859-1992), Aguilar, México, 2013, p. 398.
14 DRESSER, Denise, El país de uno. Reflexiones para entender y cambiar a México, Aguilar, México, 2011, p. 23.
15 Ibidem.
16 MANGUEL, Alberto, El viajero, la torre y la larva. El lector como metáfora, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 50.
17 ALIGHIERI, Dante, La divina comedia, Bruguera, México, 5ª edición, 1976, p. 45.