Por: Dante García
Bastian Schweinsteiger es más que un portentoso alemán. Su pinta de hombre de acero es sólo la envoltura de un individuo talentoso y pintoresco por igual. La madurez le llegó con un cambio de posición en el esquema táctico del equipo de sus amores. En el Bayern Múnich ha encontrado un segundo hogar, se enroló a los 14 años y creció alejado de su natal Rosenheim. Cerca de los Alpes, el hoy futbolista le dedicaba días enteros al esquí sobre nieve. Multicampeón, se retiró para afianzarse como un profesional de la redonda.
'Schweini' tuvo paso fugaz en las distintas divisiones del Bayern Múnich. Las inferiores del club le tuvieron por cortos lapsos. A los cuatro años de haber ingresado al equipo bávaro debutó en el máximo circuito. Saltó al césped con el primer equipo muniqués a los 18 años; a los 22 era ya un referente con la selección alemana. Pasó de ser un extremo atrevido a un aguerrido mediocentro; con todo y la evolución, nunca perdió su cualidad de liderazgo.
Es objeto de múltiples elogios y siempre alumno destacado de todo entrenador. Ha pasado 12 temporadas con el Múnich, pero con Guardiola la continuidad se complicó. La era Heynckes llegó a su fin y Pep tomó el mando. El Bayern dejó de ser una locomotora para convertirse en un curioso monociclo, alegre a la vista y con el trabajo adecuado, elegante. 'Basti', como le llaman en el vestidor, está alejado de la finura futbolística del Tiki-taka, pero su total entrega es incuestionable.
Líder con o sin el gafete en el brazo, impulsa a su oncena con un fervor casi paternal. Orienta e instruye a los más jóvenes y reprende, respetuoso, a los de poco sacrificio. Sonriente responde a las preguntas de la prensa y alegre ameniza el vestidor; aún posee el toque de irreverencia que lo caracterizó durante la juventud. Alguna vez le encontraron al interior de un jacuzzi en el club acompañado de una chica hasta ese momento desconocida. “Es mi prima, la traje para que conociera las instalaciones”, alegó. Nadie creyó el cuento.
Ahora en Brasil, lejos de los límites entre Austria y Alemania, amenaza con llevarse la copa más anhelada en la historia del futbol. La adrenalina se desata al entrar a la pelota dividida, siempre noble, pero fuerte. Ya no baja a toda velocidad por la nevada colina pero sí recorre sudoroso todo el empastado. Es alma y cerebro de un equipo con percha de campeón; el vertiginoso líder alemán que, sonriente, simpatiza con la cámara de televisión pero que igual posa para la foto abrazado de un cerdo.