Por: Raúl Garrido
No fue un grito cualquiera, fue un grito de alivio, toda la presión que cargaba en sus hombros se diluía con la misma rapidez que las lágrimas salían de sus ojos para inundar todo su rostro. Era la primera vez en el juego que hacía un pique de más de 40 metros, no por la pelota sino para felicitar a sus compañeros Maxi Rodríguez, que sin hacer un buen cobro había anotado su penal con mucha fuerza y poca colocación, y Sergio Chiquito Romero, que le atajó a Vlaar y Sneijder apelando al espíritu del gran Goycochea. Messi era el hombre más feliz del mundo en ese momento.
En las gradas, fuera del estadio, en Sao Paulo, en Río de Janeiro, en Buenos Aires, en Rosario, en Córdoba, en México y en todo el mundo los hinchas no cabían de felicidad… “Brasil decime qué se siente, tener en casa a tu papá, te juro que aunque pasen los años, nunca nos vamos a olvidar, que el Diego te bailó, que Cani te vacunó, están llorando desde Italia hasta hoy, a Messi lo vas a ver, la copa que va a traer, Maradona es más grande que Pelé”, canta la hinchada argentina a ritmo de The Creedence.
El encuentro emuló la semifinal que jugó la Argentina en 1990 contra la anfitriona Italia en el San Paolo de Napoli, esta ocasión en la arena São Paulo, que en castellano viene siendo los mismo. Bien sabemos que Messi no es Maradona, pero a todos nos gusta ilusionarnos y comparar a la Pulga con D10s. Como el Diego, Lio también concretó su penal, pero la figura estuvo en la portería como hace 24 años, Chiquito Romero se comió a Goycochea y atajó dos cobros de cuatro. La Albiceleste está nuevamente en la final.
Bien dice Ramón Besa “a Messi le pesaron demasiado las dos cintas que le anudaron en sus brazos, una por Di Stéfano en señal de duelo y la otra por Maradona como capitán: los brazaletes fueron pesas para la Pulga”. Flotando la mayor parte del tiempo, sin esfuerzo alguno por recuperar la pelota, pero tampoco pesando ofensivamente, Messi no disparó a puerta, no gambeteó, ni desequilibró, no se atrevió y su ausencia pudo salir cara.
Afortunadamente para la Argentina, y sobre todo para Lionel Messi, el equipo se lo echó al hombro un guerrero de esos todoterreno, Javier el Jefecito Mascherano quien suele hacer ese trabajo un tanto invisible y sucio de recuperación y contención que poco se valora en el futbol moderno por no tener los reflectores que los goles les dan a los delanteros. Como Obdulio Varela para Uruguay en 1950, Mascherano fue el amo y señor del mediocampo, para bien de la Albiceleste.
Por otro lado, lo mejor de Holanda se encontraba en el arco, Cillessen, como Neuer, jugó como “cinco falso”, gambeteó a Higuaín y también al Kun Agüero, que después ya ni se le acercaban. Como si fuera un pivote nato conducía el balón fuera de su área con la cara en alto sin amedrentarse cuando lo presionaba Lio Messi, abría el juego y sólo al minuto 90 brincó líneas.
Van Gaal quitó a Depay, un extremo, por un recuperador como Nigel De Jong que trabó el juego y poco aportó a la ofensiva. Sabella tuvo que buscar sustituto a Di María por necesidad y optó por Enzo Pérez, un jugador que pese a ser bueno en su posición no tiene la profundidad y gambeta de Angelito. El partido resintió las cambios. Las sustituciones en la segunda parte no cambiaron mucho el rumbo del encuentro, Palacio se perdió una de gol que el Pipita hubiera metido con todo y portero, mientras el Kun no fue ni la mitad de Lavezzi, por su parte Holanda no varió y las sustituciones fueron hombre por hombre.
Robben estuvo muy cerca de mojar cuando de la nada salió Mascherano para detener el disparo con una barrida de último momento. Pese al gran encuentro que dio el Jefecito, el jugador del encuentro fue Chiquito Romero. Otra prueba más de que los verdaderos héroes nunca son premiados. No digo que las atajadas de Romero no sean de valor, pero en 120 minutos Mascherano fue el mejor en la cancha.
Como en la última final que disputó Argentina, tienen a Alemania enfrente. El mejor equipo de la Copa del Mundo, quizá del orbe, buscará el ansiado trofeo que desde hace 24 años, ante la Albiceleste, no ha vuelto a ganar. Tras arrollar a Brasil en su casa, en su copa, ante su gente por 7-1, ahora buscarán dejar en claro ante Argentina quién es el mejor. Los de Sabella saben del poderío germano pero la ilusión no se las quita nadie, por ello los hinchas entonan su grito de guerra mientras llega la batalla, “volveremos volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como en el ‘86”.