Daniel Corral intenta pasar desapercibido ante las cámaras. No busca la fama ni los reflectores; prefiere ser un desconocido en la calle y en la tienda de la esquina. “En el único lugar en el que trato de lucirme es en el gimnasio de competencia”, llegó a decir cuando logró su pasaporte para competir en los pasados Juegos Olímpicos, Londres 2012, y la prensa lo situó en el ojo del huracán.
Comenzó a subirse a las barras paralelas cuando apenas tenía 13 años. Cree en Dios como en sus posibilidades de convertirse en un rumano de nacionalidad mexicana.
Hace no mucho tiempo, el destino lo puso a prueba. Daniel debía elegir entre dos caminos cuando la Universidad de Michigan le endulzó los oídos. Uno consistía en irse becado al país del norte, con todas las comodidades que esto representa, bajo la dirección de entrenadores de reconocimiento mundial, con las mejores instalaciones deportivas jamás vistas. El otro era quedarse en Ensenada, cuna que lo arropó después de su nacimiento, forjarse como gimnasta con preparadores mexicanos, es decir, hacerse un atleta made in México.
Según explica Corral, la decisión no le fue difícil. Prefería quedarse en Baja California rodeado de los suyos, darle prioridad a los eventos del circuito olímpico, y seguir comiendo tacos y sopes, que comenzar una vida nueva en el circuito universitario de Estados Unidos y comer hot dogs con papas y refresco gigante en las esquinas.
A pesar de que el camino no había sido sencillo y el gimnasio en el que entrenó cuando era niño solía ser embargado por las autoridades hacendarias a causa de las deudas, no quiso escuchar el canto de las sirenas yanquis.
Así fue como Daniel Corral comenzó a enfrentarse a las decisiones trascendentales. Más tarde, el Instituto del Deporte de Baja California lo puso en una situación complicada. Le contrató al entrenador español Alfredo Hueto, un preparador de talentos olímpicos en el país ibérico.
Al año de entrenamiento, Daniel y Alfredo comenzaron a tener diferencias, por lo que el gimnasta mexicano decidió poner punto y final a su relación profesional. Corral, un chico centrado y serio, con cejas de azotador, fuerte como un roble, con cara de niño bien potado, de piel blanca, y ensenadense de pies a cabeza, aseguró en una entrevista al periódico Excélsior que cada obstáculo, cada adversidad y cada problema se convierten en un maestro para él.
Cuando Daniel habla de su familia, se le eriza la piel. Hijo de un médico, le gusta la medicina tanto como la gimnasia. Le gusta leer, así como ir al cine, comer palomitas y disfrutar del poco tiempo libre que le dejan el deporte y los bisturís.
Para el subcampeón mundial de Amberes 2013, el objetivo no era otro sino una medalla en Río 2016. Pero gracias a su perseverancia, sembró semillas para que en un futuro otros niños mexicanos sigan sus pasos y traten de emularle y superarlo consiguiendo el tan anhelado metal en unos Juegos Olímpicos.