Por: Gerardo Reyna
Madrid, España. Pocas veces, prácticamente nunca, se aprecia en un campo de futbol lo que la noche de este viernes se vivió en las gradas del Campo de Vallecas. Dos aficiones viviendo sendas celebraciones, cada una por sus motivos particulares y a la vez hermanadas en la alegría y el respeto y admiración mutuo.
Las voces que se escuchaban en el metro de Madrid con dirección al barrio de Vallecas sonaban más gruesas y secas que de costumbre. Apenas salir en la estación Portazgo, a los pies del Campo de Vallecas descubríamos la razón. Una autentica invasión bilbaína se apoderaba de la Avenida de la Albufera. La vialidad que atraviesa el corazón del barrio obrero era la nueva Athletic Hiria, con cuatro mil vizcaínos en espera de que su equipo concretara el pase a Champions League, por primera vez en el nuevo siglo. En la esquina contraria se aglomeraba la afición local que llegaban con la clara intención de hacer un carnaval para celebrar la permanencia del equipo un año más en primera división, el cuarto de manera consecutiva.
Los accesos a las gradas eran un mosaico que entre mezclaba playeras a franjas rojas y blancas con las blancas atravesadas por una banda roja en el pecho. Una vez adentro la postal era aún más espectacular, una lateral completamente pitada con los colores vascos, así como grandes porciones de la otra tribuna. El estadio lucia completamente lleno por primera vez.
El rito de bienvenida organizado por la directiva tuvo consecuencias no previstas. El arranque del partido se retrasó quince minutos a causa de la lluvia de papeles y rollos proveniente del fondo donde se ubican los Bukaneros. La pasión aumentaba con el lento pasar de las manecillas, los vascos aprovechaban para brindar su reconocimiento al cuadro local y agradecían a sus anfitriones iniciando el canto de: “El Rayo es de primera, es de primera, el Rayo es de primera”. El gesto era reconocido por los locales con aplausos y sonrisas cómplices.
Los dirigidos por Valverde se adelantaban al minuto 19 en un tiro de esquina provocando que una tercera parte del estadio estallara en jubilo. La verbena estuvo a punto de verse opacada por la tragedia en la celebración del segundo gol. De Marcos corrió, junto con todos sus compañeros, a celebrar su tanto con una parte de los aficionados bilbaínos, la valla que separa al publico de la cancha cedió a la presión y varios aficionados terminaron en el piso aplastados unos contra otros pero el problema se saldo con un herido sin gravedad.
El gol no cambio el decorado de la grada. La afición local, acostumbrada a crecerse ante el castigo y asidua a ser el viento que empuje el barco franjirojo en los momentos difíciles no decaía en su aliento, opacando la algarabía de los forasteros. El duelo en las gradas daba paso nuevamente a los rasgos de hermandad. Las banderas republicanas de los madrileños se mezclaban con las ikurriñas de los vizcaínos mientras las dos parcialidades se unían para, a una sola voz reivindicar su rechazo al fascismo. El buen entenderse de ambas parroquias esta relacionado con sus principios, sus ideales y también por su rechazo a los mismos símbolos.
El tercer gol llegó en los pies de Ander Herrera e hizo que el rugido de los Leones de San Mamés retumbara por el cielo de Madrid. El Athletic estaba de vuelta en la máxima competición continental y había que celebrarlo.
La noche había tenido un devenir digno del recuerdo de todos los presentes, aun así lo mejor estaba por llegar. Con el silbatazo final los jugadores del Athletic celebraban con sus aficionados, algunos de ellos regalaban sus camisetas y repartían abrazos y apretones de manos, mientras sus rivales se retiraban del campo cabizbajos pero ovacionados por sus seguidores.
Después de agradecer a aquellos que habían viajado desde Euskal Herria para apoyarlos, el plantel completo visitante se enfilaba al fondo, camino a los vestidores. Fue ahí donde recibieron la ovación menos esperada pero quizá, más gratificante de la noche. La afición vallecana aplaudió y ovacionó a los Leones de manera entrañable. La emoción de los jugadores fue tal que algunos de ellos repitieron el gesto de regalar sus playeras, incluso los shorts en el caso de Ander Herrera, a aquellos que estaban en la sección de los Bukaneros.
Mientras algunos aficionados creían que todo había acabado y se dirigían a la salida, los jugadores rayistas regresaron a la cancha portando bufandas del equipo para entonar junto con sus hinchas un cántico de celebración, que tuvo en la parcialidad visitante a un coro inesperado pero entrañable, nuevamente retumbaba “el Rayo es de primera, es de primera, el Rayo es de primera”, cantado por ambas aficiones.
Los jugadores del equipo madrileño desaparecían por el túnel de vestuarios pero no era el final de la fiesta. Como si se tratara del encore de un concierto de rock, los jugadores del Bilbao regresaban una vez más a la cancha, ahora ataviados con las playeras conmemorativas del regreso a Champions. Tomados de las manos formaron un gran círculo sobre el campo de juego para bailar y festejar la gesta.
La pasión vallecana dio paso a la entrega y algarabía vasca, secundada con algún canto de los locales a manera de premonición de lo que podrían vivir en San Mamés, “el año que viene Athletic Liverpool, el año que viene Athletic Liverpool, loro loro, loro, loro, loro, Athletic Liverpool”.