Más que brazos al cielo. Su éxito ha estado siempre bajo sospecha. Se le acusa de encomendarse a Dios y a la chiripa. Un devoto agradecido que en su relación con la pelota parece, en efecto, haber sido tocado por una mano santa que lo hace marcar. Con él, la redonda se comporta de maneras atípicas. Le funciona tocarla, como al resto de los futbolistas, con el empeine y la cabeza, pero también, como a ningún otro, con la nuca, la rodilla y el omoplato. Ingresa a la cancha con rituales que oficializan su doping sagrado. Ante los micrófonos es tan repetitivo como los sermones en una misa dominical. Cree en una fuerza superior a sí mismo. Morirá pregonándolo. Pero este sábado, después de cuatro meses en estado de reposo involuntario, ha dejado el escudo religioso y desecho los protocolos. Chicharito es más que un acto de fe.
Fue una llamada de larga distancia. Hernández se vistió de verde para hablar como merengue. Algo cambió. Su cabeza sudó rebeldía a través de los pelos parados. Pequeña revuelta que bajo su rigidez habitual implicaba un mensaje revolucionario. Su aparición en la prensa rosa anunció también que el niño bueno había salido de casa para conquistar Madrid, aunque fuera bajo el souvenir de la falda y no el del Santiago Bernabéu. Antes vivía con prisa, ahora lo hace con urgencia. La vida se le va en minutos, incluso en segundos. Tomó el balón con el apremio de un perro al que por fin le sueltan la correa y marcó un gol de portento. Tenía que ser así. Lo celebró a lo Cristiano, como advirtiendo que su anotación debía quedar en la historia estadística tricolor, pero aún más en la conciencia de Ancelotti. Se arrodilló a máxima velocidad, extendió los brazos y miró a las cámaras, cómplices gustosas de su liberación. Habló el futbolista en la cancha y el ser humano en los micrófonos. Está frustrado, herido a grado tal que en su canina nobleza ha decidido morder como expresión de dolor.
Siempre supo que sería suplente, nunca marginado. Javier ha cumplido hasta donde el Madrid se lo ha permitido. Recluido en el banquillo, comparte el top cinco en venta de playeras con Ronaldo, Bale, James y Kroos. Antes de que acabe su contrato, Florentino instaló la primera tienda oficial del club en México. Mantuvo su condición de prudencia permanente hasta que el amor propio le demandó una reacción. Exige minutos, oportunidades. La estadística lo respalda. Chicharito no es Cristiano. Tampoco Benzema, aunque haya sido pieza clave de presión para que el galo firmara la mejor de sus temporadas con los blancos. Pero es efectivo, un hombre de primeros auxilios. Con el Manchester United, se habituó a fungir de curandero. Obraba milagros en minutos. Redactaba hazañas de último suspiro. Carleto ha sido injusto. Lo ha degradado al segundo piso de la suplencia sin ver en él al talismán en potencia que es. Paradoja. El técnico necesita atreverse a creer para que Chicharito vuelva a manifestar, como lo hizo ante Ecuador, que es más que un acto de fe.