Por: Roberto Quintanar
Dos estatuas de Bob Marley descansan en Jamaica. Dos maneras distintas de ver el legado de un hombre que marcó para siempre la música mundial y la cultura de un país. El sumo pontífice del reggae dejó una huella tan profunda en la vida de los jamaicanos que la veneración al músico es parte inherente a la idiosincrasia en la isla.
El gobierno de ese país, a sabiendas de lo que significa el músico, encomendó el diseño de una estatua que sería colocada a las afueras del Independence Park, el complejo deportivo más importante de la nación, ubicado en la capital Kingston.
Para esta importante misión, el encargado fue un escultor local llamado Cristopher González. Su manera de ver el legado de Marley fue muy peculiar: emergiendo de la tierra, con raíces en lugar de pies, y tomando el micrófono a la vez que levantaba la mano. El artista justificó su concepción, la cual en teoría se debía interpretar como “Bob ascendiendo del gueto hacia la escena internacional con la música que él creó”.
Sin embargo, la idea fue controvertida. El público y la misma familia del cantante repudiaron la estatua. No representaba, para ellos, lo que Marley realmente había significado para la cultura jamaicana.
No pasó mucho tiempo para que la efigie fuese removida y enviada a la Galería Nacional. El gobierno decidió comisionar la creación de una nueva a Alvin Marriott. Su obra se aproximó mucho más al legado musical que Marley dejó en su país y difundió por el mundo.
Desde entonces, la creación de Marriot está a las afueras del Independence Park, lugar en el que la Selección de Futbol de Jamaica celebra sus partidos de eliminatoria. No hay mejor sitio para quien era amante del balompié, disciplina que terminó por llevarlo a una muerte prematura el 11 de mayo de 1981 tras no tratarse una herida provocada por un pisotón durante un encuentro.
La “otra estatua” pasó veinte años en el ostracismo de una galería, hasta que en 2002 fue trasladada a Ocho Ríos, en Island Village, donde hoy puede ser apreciada por todo el público.