Por: Lorenzo de la Garza
Hace apenas unos días el América alcanzó la cima del futbol mexicano. El domingo 14
de diciembre de 2014 se marcará en la historia del americanismo por ser una fecha como
ninguna otra, pero si pensamos que es sólo por el hecho de haber ganado la Liga MX
estaríamos muy equivocados.
Ver al capitán Miguel Layún levantando el trofeo representó para la afición crema más
que un simple título; el pitazo final en el Estadio Azteca marcó más que el primer lugar en
la lista de ganadores del balompié nacional. Para el América, ganarlo significó elevarse
por encima de todos, no ver a ninguno a los ojos, sino desde arriba. Este campeonato es
la culminación de la esencia águila.
Para los americanistas no había sentimiento más frustrante que el de saber que un
número impedía que pudieran llamar a su equipo, sin objeciones, como el más grande de
México. Para ellos no había la menor duda de que como su equipo no había dos. Sin
embargo, se encontraban con un impasable obstáculo expresado en la sencilla frase
“mientras no tengan más títulos que Chivas…”
Los argumentos les parecían claros. No hay equipo del que se hable más, la controversia
alrededor de la institución no tiene igual. Es el único equipo que cuentas con ‘antis’ y,
para la hinchada azulcrema, tener una legión que activamente se oponga a tu equipo es
señal inequívoca de grandeza. Tampoco hay club que lleve masas a los estadios
visitantes como lo hace el América.
Las estadísticas también hablaban a favor de las Águilas. Entre amateurs y profesionales
tenían 15 ligas, aunque nadie quisiera tomar en cuenta las primeras cuatro. En el pasado
Mundial, el equipo se convirtió en el que más jugadores a aportada al Tri en la historia.
Récords en liga también había por raudales, el de más victorias, más puntos, más
goles… la lista es interminable.
Pero a pesar de todo ello, el número de campeonatos pesaba sobre el americanismo
como una losa. ‘Antis’, en particular los aficionados del Rebaño, se aferraban a ese dato
estadístico para destrozar la ilusión emplumada. Ningún logro valía ante el frío dato,
América simple y sencillamente no era el solitario equipo más ganador de nuestro país.
Sin embargo, eso cambió.
Las gargantas del Azteca se deshicieron con el gol de Michael Arroyo, no por ser el
primer gol de la final de vuelta, sino porque acercaba al América a la cima absoluta. Esas
gargantas corearon sin cesar a Antonio Mohamed, no por ser el entrenador o por su
inminente y trágica salida de Coapa, sino porque él los llevaba a la gloria. Cada evento
de aquel juego era un paso más hacia la tierra prometida con la que habían soñado
durante décadas.
Y llegó. Llegó la gloria anhelada. Llegó el título que ponía al América por encima de
todos. Llegó la promesa de grandeza incomparable. No había, por fin, equipo alguno al
nivel del América.
El valor del campeonato 12 para el americanismo es incuantificable, le da validez al
sentir azulcrema de grandeza.
El americanismo necesitaba de ese título porque su esencia misma lo exigía. Ser
segundos o compartir la cumbre nunca ha sido suficiente para el equipo que siempre se
ha creído el mejor de México. El campeonato 12 vale más que una copa.