Por: Farid Barquet Climent
Apenas hace dos días, el escritor argentino Martín Caparrós escribió sobre el arrepentimiento que deben sentir los ingleses por haber creado artificialmente, hacia 1827, el Estado que hoy recibe el nombre de República Oriental del Uruguay, cuya selección de futbol los eliminó del presente Mundial con dos goles de Luis Suárez, quien además, juega en un equipo londinense: el Liverpool FC.
Si pensamos que en el fondo algo tiene de aficionado sentimental y que no es sólo un frío hombre de negocios, similar arrepentimiento debe embargar en estos momentos a Roman Abramóvich, oligarca petrolero ruso y propietario del Chelsea FC, equipo que ha cobijado y proyectado a la élite europea del futbol a Eden Hazard, el Messi de Bélgica que este mediodía en el Maracaná desquició a la selección de Rusia y la puso con un pie fuera del Mundial, gracias a un magnífico desborde coronado con una perfecta diagonal retrasada que su compañero Origi empujó a la red.
¿Qué tendrá mayor intensidad? ¿La alegría de la cartera de Abramóvich, que verá multiplicado el valor de cambio económico del futbolista belga? ¿O el arrepentimiento de su corazón, que siente como daño auto infligido haber acogido y procurado al crack nacido en La Louvière, que ha puesto al equipo ruso al borde de la eliminación?