Por: Carlos Blue
Sofiane Feghouli no se esconde por vergüenza sino por impotencia. El diez de Argelia cubre su rostro para ocultar la tristeza que representa caer en el intento por cambiar el orden establecido. Las intervenciones de Manuel Neuer en campo abierto no fueron tan espectaculares como las que suceden bajo los tres palos, pero fueron tan importantes como los goles alemanes para dejar a Argelia fuera de la siguiente ronda.
Los zorros del desierto han dejado de correr en el trópico de Porto Alegre. Los últimos embajadores del continente africano jugaron bien al fútbol y demostraron que, en un continente donde los procesos mundialistas se componen de conflictos de interés entre directivos y jugadores, una buena planeación de la mano de un buen entrenador puede ser suficiente para fincar un camino de éxito.
El fútbol fue un brazo no armado que en la mitad del siglo XX permitió difundir la represión a la que eran sometidos los argelinos previo a la conquista de su independencia. En un país que conserva remanentes de la guerra civil, el fútbol puede ser una herramienta que puede imprimir en los niños una mitología y ética patriótica que eliminen las antiguas diferencias. Sofiane Feghouli forma parte de ese país moderno que se refuerza de la diáspora y que, contrario a la imagen de arriba, ha dejado de estar oculta para beneficio de todos los aficionados.