La trampa y la corrupción han sido peligrosas sombras que el balompié trata de quitarse de encima. Los escándalos surgidos en CONCACAF y FIFA durante los últimos meses son muestra de que, por años, el deporte más popular del planeta ha estado en manos de personajes sin escrúpulos.
En el caso mexicano, sin embargo, como una extensión del día a día que se vive en la política nacional, los secretos a voces y la impunidad son como fantasmas que rondan las canchas de futbol. Pero en 1988, año que significó una hecatombe nacional a todos niveles, FIFA castigó a México por las trampas y la soberbia de sus directivos: fue el tristemente célebre caso de los cachirules.
Rafael del Castillo, un hombre forjado en la política con el Partido Revolucionario Institucional, era el personaje que conducía los hilos del futbol mexicano. Decidido a no “poner en riesgo” la participación de la Selección Juvenil de México en el Mundial de Arabia Saudita 1989, Del Castillo fue tajante: “Háganle como quieran, pero se tiene que clasificar”. No importaban los métodos; a lo largo de su carrera al frente del organismo rector del futbol nacional, el dirigente ya había insinuado que México podía ser “mañoso” si los otros países lo eran.
Fue entonces que la Selección Sub-20 comandada por Francisco Avilán incluyó en su lista para el Premundial de Guatemala 1988 a varios jugadores que rebasaban el límite de edad, falsificando las actas de nacimiento y presentando esos documentos apócrifos ante CONCACAF.
Gerardo Gallegos es otro nombre clave. Representante de la Femexfut en el viaje a Guatemala, fue quien dio a los jugadores los papeles falsos y les pidió aprender de memoria esos datos para evitar caer en contradicciones cuando fuesen cuestionados por los inspectores de FIFA.
De esta manera, el cuadro juvenil no pasó mayores contratiempos para conseguir su clasificación a la justa árabe.
Por los días en que se desarrollaba el campeonato regional Sub-20, el periodista Antonio Moreno descubrió las irregularidades y las presentó en el diario Ovaciones. No pasaron muchos días para que la cadena Imevisión (donde también laboraba Moreno) y el rotativo La Jornada (a través del trabajo de Miguel Ángel Ramírez) dieran seguimiento al caso y destaparan la cloaca de la verdad. Las actas apócrifas descubiertas fueron las de José de la Fuente, José Luis Mata, Gerardo Jiménez y Aurelio Rivera.
A pesar de que esos muchachos fueron los únicos señalados por el dedo inquisidor del no olvido popular balompédico (porque el pueblo puede olvidar las tiranías de un instituto político pero no los fallos en el futbol), el Coreano Rivera ha afirmado en reiteradas ocasiones que los únicos dos jugadores que no rebasaban el límite de edad en ese equipo eran José Antonio “Tato” Noriega, jugador de los Pumas, y Marco Antonio “Chima” Ruiz, del Tampico Madero.
La historia es más que conocida. CONCACAF (organismo a la sazón dirigido por el mexicano Joaquín Soria Terrazas) castigó al 'Tri' juvenil por dos años, le eliminó del Mundial de Arabia 1989 e inhabilitó de por vida a varios dirigentes, entre ellos Rafael del Castillo y Rafael Lebrija Saavedra. Sin embargo, en un arranque de soberbia, los directivos viajaron a Zúrich para apelar la sanción confiando en la influencia de Guillermo Cañedo, hombre fuerte de FIFA… y sólo consiguieron regresar con un castigo mayor: la sanción se extendió a todas las selecciones nacionales, por lo que México perdió su lugar en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 y en la Copa del Mundo de Italia 1990.
El derrumbe de Del Castillo en el ámbito deportivo coincidió con el resquebrajamiento de su partido en las elecciones federales de 1988 que trajo como consecuencia la famosa “caída del sistema” que permitió al PRI mantenerse en el gobierno a pesar de las acusaciones de fraude electoral.
Han pasado 27 años; las versiones son diversas y las acusaciones siguen cruzando de un lado hacia otro. La mancha sigue ahí, como un recuerdo de lo que no se debe hacer… y que, a pesar de lo que pase en México, la impunidad no siempre se sale con la suya, aunque los afectados siempre sean los menos responsables, como ocurrió con aquellos cuatro jugadores convertidos en chivos expiatorios.