Nunca como ahora había entendido el porqué. Ser del América es un acto de resistencia. Que pertenezca a Televisa le pega a la conciencia. Que el resultado de la cruza entre el Borrego y el Burro componga el estereotipo mediático del americanista, la apabulla. Con las mujeres te resta puntos. Cuando no es porque se les ve mejor el diseño puma, es porque el Ame es de nacos. O al menos eso dice la mayoría. Sería más fácil irle a otro equipo. A uno tan anónimo que los trolls ignoren; a uno que sea más mexicano que la impuntualidad; a otro que marque el día a día de mi barrio provinciano, o mínimo a cualquiera que no se relacione con la fabricación de la intimidad presidencial. A los demás los molestan por lo que pasa en la cancha; al americanista, lo persiguen de por vida.
La insistencia llama a la reflexión. Nunca a la duda. Los Pumas dicen serlo por asociación con la UNAM; los de Tigres y Monterrey, por pertenencia; los de Chivas, por tradición; los del Atlante, por nostalgia; los del Necaxa, por hipsterismo. Deciden por conveniencia y status social. La cancha carece de valor. Celebran si un día son campeones y a la siguiente se respaldan en sus fundamentos para justificar por qué no se imponen mayores exigencias. Por contra, el americanista ama el juego en sí mismo y abraza el espectáculo para que de ahí emane el marketing de odio que lo hace único. Su grandeza va de la cancha hacia afuera, no al revés. El juego antes que lo social.
La victoria enamora; la derrota reafirma. Aquella noche en que Moisés Muñoz remató para desterrar el mito hollywoodense de la delgadez como requisito para ser héroe, el americanismo se llevó una imagen para enmarcar en plena era digital y de olvido. Lo de hoy lo supera. No hay foto para enmarcar. El esfuerzo se perderá en lo críptico de las portadas. Pero su filosofía se hizo carne en cada uno de sus jugadores.
Los Pumas le seguirán yendo al equipo por ser de la UNAM. Los de Chivas, por jugar con puros mexicanos. El americanista en cambio se mantendrá firme por algo tan simple que supera la complejidad de los detonadores de remordimiento que carga consigo. Por su juego, por su espectáculo, por su sangre, por el futbol. Ellos son universitarios orgullosos, intelectuales, rebeldes, izquierdistas. Todos cantan el himno estudiantil, se rinden ante él. El América fue el ejército de Leónidas en 300, fue lo que mostró en el campo. Sin relleno, sin compuertas sociales, al natural. Nunca como ahora había entendido el porqué ser americanista.