No culpen a la Selección. Está en sintonía con el país de los capitalistas. Aquí no hace falta una etiqueta para saber que algo está a la venta. El voto por una torta; multimillonarios contratos gubernamentales canjeados por una Casa Blanca; exenciones de multas a partir de una módica mordida; protección al narcotráfico a cambio de operaciones en plomo o metálico. Difiere el tamaño de la transacción, no el fondo. Si los bienes de la nación tienen un precio, el orgullo en la cancha se subasta al mejor postor. El negocio carece de conciencia.
El riesgo estaba contemplado. Jugar con una Selección improvisada, fuera de fecha FIFA y en una cancha llanera con tribunas pletóricas era lo de menos. El partido ante Estados Unidos entregó buenas cuentas, al menos donde verdaderamente importan los resultados de un amistoso. Para la Federación Mexicana, la derrota no implica más que una jaqueca olvidada con el Alka-Seltzer del lleno en el Alamodome. El cero trasciende, pero sólo a la derecha, para configurar cifras que engalanan los reportes financieros. Justino lo entiende bien. En el juego se gana, se pierde o se empata. En los negocios, en cambio, debe ganarse siempre. Eso hace la Selección. Estancada en los octavos de final de una Copa del Mundo, pero invicta en explotar el mercado emocional encapsulado en la República y el capital del otro lado de la frontera.
El deslinde de responsabilidades forma parte del proceso. La Federación usa a Herrera como escudo. Se sabe que el técnico es siempre el culpable inmediato. Éste, mal perdedor crónico, responsabiliza a los clubes y exhibe a sus jugadores. Incluso los desconoce. Argumenta que la de ayer no será la representación nacional en Copa América y Copa Oro. En pocas palabras, afirma que no era la Selección. Oficializa el engaño.
La Selección es una mentira. Cautiva a millones a partir de un supuesto compromiso nacional. Es el equipo de todos. El ejército en que debemos alistarnos. La religión que debemos profesar. Pero a la vez se ríe de su propia mercadotecnia. Desconoce, por conveniencia propia, las implicaciones que conlleva enfrentar a Estados Unidos. Atropella el trasfondo histórico y las frustraciones sociales resumidas en un patio trasero con tal de hacer un gran negocio. Se permite perder una guerra, para seguir con su discurso nacionalista, con soldados de quinta y sin armamento. El Tri juega con el dorsal de Miguel Hidalgo para vender y con el de Santa Anna para serle fiel a la Patria. Es un mexicano traicionero.
La reconciliación llegará. Siempre lo hace. Si no es en Copa América, será en Copa Oro. Antes, México, o el equipo que dice representarlo, volverá a Chiapas. Enfrentará a Senegal. El partido carecerá de utilidad en lo deportivo, pero seguirá alimentando las ambiciones políticas de Manuel Velasco. En este caso, como en el de ayer ante Estados Unidos, no culpen a la Selección. Está en sintonía con el país de los capitalistas