Si alguien sin reflectores debería merecer el Balón de Oro, nos andaríamos sin rodeos y automáticamente pensaríamos en N'golo Kanté, la aspiradora francesa. Este chaparrito fue uno de los artífices para que Francia consiguiera su segundo Mundial.
Lo que juega Kanté no tiene nombre, creó, distribuyó, ordenó, corrió, recuperó, pensó, simplemente no se cansó de hacer todo lo que hizo, el sacrificio lo tuvo sin cuidado con tal de conseguir la gloria. Él trabajó en silencio, no es que no le gusten los reflectores, solamente juega futbol, lo que lo hace feliz.
Es un chico humilde y tímido en toda la extensión de la palabra, no necesita andar en redes sociales diario para presumir lo bien que le va, es reservado y se agradece porque nunca ha perdido el suelo. Tuvo un comienzo complicado, nadie lo quería por su corta estatura, además de que decían tener jugadores iguales a él.
Su ascendencia maliense, por sus padres, no fue impedimento para poder brillar y esforzarse desde chamaco. En tan solo cinco años consiguió toda la gloria que un futbolista puede conseguir con harto tiempo de preparación; pasó de la tercera francesa a ser campeón del mundo.
Contra Croacia lo vimos nervioso y reservado, pero posiblemente los motores no carburaban más, se desgastaron y tenían que apagarlos, pero lo logró, probó la gloria mundialista, cubrió todo el torneo y la cancha con su talento y poderío.
Dicen por ahí que durante los festejos N'zonzi le dijo a sus compañeros que le dejaran tocar el trofeo al gigante francés, por su tremenda timidez.
Solo queda decir que hace 20 años cuando su entrenador Didier Deschamps se coronó campeón del mundo en casa y mientras todos celebraban, el pequeño N'golo juntó a su padre recogían basura de las calles parisinas. Ah, y recuerden que el 70 por ciento del mundo lo cubre el agua y el resto lo cubre Kanté.