Por Raúl Vilchis
La gesta más loca es la gesta más bella, eso decía el italiano Fausto Coppi que se subió a la bicicleta con esa consigna para rodar por los caminos de una Europa convulsa. Il campionissimo, era considerado hasta la aparición del belga Eddy Merkx, el más grosso de la historia de ese deporte en el que el hombre aprendió a ponerle pedales a su equilibrio.
El relato de Coppi en Italia se cuenta en escenas que transcurren en blanco y negro como sacadas de una película de Rosellini. En planos largos, el ciclista, está fugándose siempre del pelotón, a veces en los Alpes como cuando ganó en cinco ocasiones el Giro de Italia. Otras tantas en esos campos de girasoles, el con el maillot amarillo puesto bajando de los Pirineos como el par de veces que se adjudicó el Tour de Francia.
Según los números, la gesta más loca la gesta más bella en la carrera del passista habría consistido en rodar en solitario por más de 3.000 kilómetros durante las 15 participaciones que registró en estas dos competencias entre 1940 y 1958.
En ese tiempo Coppi actuó como artesano meticuloso del ciclismo, precursor de la escuela moderna con cuidados milimétricos sobre el entorno del corredor, se diseñó una dieta a base de hígado y germen de trigo. Al tiempo que contrató a un masajista personal, el ciego Biagio Cavanna quien le recomendó dormir en posición fetal para mantener la misma forma que en el pedaleo.
La leyenda italiana en la que está contado Coppi, dice también en voz alta, con los cinco dedos de la mano juntos apuntando hacía arriba, que pudo haber sido el primero en ganar cinco Tours de Francia y que no lo hizo por la Segunda Guerra Mundial. En aquellos años, de 1939 a 1946, a París los triunfadores sólo entraban en tanques de guerra y no en bicicletas.
Pero Coppi, en esos años ya convulsionados, no paró de darle pedales a su equilibrio para alargar el kilometraje de un mito. Mientras los ingleses bombardeaban Milán en 1942, él, tan asiduo al velódromo de Vigorelli, fue ahí para romper el récord de la hora el 7 de noviembre. Su marca duró 14 años hasta que el francés Jaques Anquetil en la misma pista, recorrió 360 metros más.
Lejos de la bicicleta sólo se le recuerda embarcándose en una odisea. Coppi fue enviado al norte de África con la unidad de infantería Divisione Ravenna del ejército italiano. Manejaba una motocicleta cuando los aliados lo tomaron como prisionero por tres años. Lo liberaron en 1945, y fue libre para no ser libre porque contrajo sus primeras nupcias con Bruna Ciampolini con quien estableció su residencia en el puerto de Génova.
Se enamoró otra vez al mismo tiempo, fue de la Sampdoria que estaba naciendo en 1946 tras la fusión de los viejos clubes Sampierderenese y el Andrea Doria. El propósito, hacer única la rivalidad con el Génoa, el equipo decano del Calcio.
En una foto del archivo, que comprueba el romance de Coppi con la Sampdoria, se ve al espigado ciclista de nariz escuadra, pateando la pelota ante la salida del portero Satiro Lussetti. Ésa, es una imagen que a veces consuela al más débil del derby Della Lanterna.
Los tifosis de la Sampdoria, entre bengalas cuando su equipo salta a la cancha del Estadio Luiggi Ferraris, todavía gritan “per Fausto Coppi in maglia blucerchiata (Por Fausto Coppi en la playera de la Sampdoria), como si tener de aficionado a Il Campionissimo los hiciera olvidar que tienen ocho títulos de liga menos que su eterno rival.
El amor por su primera esposa le duró poco a Coppi. No se sabe quien sedujo a quien, pero tres años después el ciclista se volvió a casar con Giulia Occhini, una mujer que también estaba casada y con la que tuvo un hijo. La relación desató el escándalo en la Italia todavía con sus rebabas de la cultura fascista, machista, católica y romana.
El amor por la Sampdoria se sabe que fue más duradero para Coppi. Hasta sus últimos años, jugó con esa camiseta partidos a beneficencia que el mismo gestionó, algunos de ellos con el Milán.
Regresando a Coppi en esas escenas del cine italiano como un personaje de la dulce comedia antigua italiana, se le ve en uno de los momentos más graciosos cuando el Papa Pío XI se negó a dar la bendición a los competidores del Giro de Italia porque en el pelotón estaba el pecador, que también era tachado de filocomunista, sólo por expresar su rechazo al fascismo.
El pontífice habría cumplido con el trámite burocrático de dar el saludo de Dios, si sólo hubiera estado ahí el viejo Gino Bartali, que fue todo lo que no fue Coppi. Il Piadoso, era un católico, padre de familia, monógamo, el símbolo del deporte del fascismo según Benito Mussolini que había deseado que un italiano derrotara en casa a los franceses en su Tour de Francia.
Por eso Bartali era el consentido, hizo realidad el sueño en 1938 cuando ganó su primer Tour, el otro lo ganó 10 años después y ya muerto Il Duce (El líder).
A Coppi siempre se le quiso medir en la vida con el ejemplo de Bartali con quien después de tanto machacarse las piernas terminó siendo su amigo.
Il Campionissimo murió el primer día de 1960, sin clumplir los 40 años. Lejos de su ciego masajista, a causa de una malaria mal tratada que pescó en Burkina Faso a donde acudió como invitado por Bartali que organizó una carrera de exhibición en las celebraciones de la independencia de ese país africano de Francia.
El domingo, un italiano Vicenzo Nibali volverá a ganar un Tour de Francia, será el séptimo que lo haga, será sin duda en Italia un buen día para gritar la frase de Augusto Coppi: la gesta más bella es la gesta más loca.