Por: Mauricio Cabrera
Quizás sea demasiado tarde. El daño ha sido mucho. Constante, incisivo. Las heridas dejaron de ser accidente para convertirse en sistema. Relación masoquista. De orgullos golpeados, carteras maltrechas y tribunas de primer mundo habitadas por el polvo y nadie más. Queda poco, casi nada. Si acaso la historia, cada vez menos valiosa en tiempos de millonarios que compran grandeza, aunque el propio haya sido incapaz de hacerlo; y el amor, que para colmo en el caso de Chivas implica una dosis de xenofobia en medio de la globalización. Al Rebaño o a Vergara, que de momento son casi lo mismo, no les quedó de otra que jugar con el último recuerdo feliz pese a haber terminado mal. Lo que no pudo resolver Cruyff tal vez lo puedan remediar Néstor y José Manuel. El pasado no juega, Bianchi y Beenhakker atestiguan, pero es siempre el jugador elegido cuando se entiende que más vale apostar por la memoria que por el presente. Que lo que un día fue vuelva a ser, aunque José José diga lo contrario..
Una etiqueta advirtiendo peligro tendría que venir adherida a los reencuentros. Si las arrugas matan la melancolía en el rostro del ídolo juvenil que le pide a su garganta que sea lo que ya no es, los resultados rebanan como espada a los nostálgicos que abrazan el ayer como modo de vida. El recuerdo, maquillado a conveniencia por la idealización, es la gasolina de la reunión entre viejos conocidos. Pero nada es lo que era. Menos en Chivas. Vergara no es más el valiente emancipador sino el dictador al que o lo mueve su hígado o las piernas de su mujer. Néstor conserva la estafeta de buen directivo a ojos de la afición, pero el murmullo de aquella cacería a la que sometió a la Selección llega a oídos de sus nuevos futbolistas. Enfermo de poder, narcisista, protagónico. Fantasmas que lo persiguen. Chepo no es más el joven técnico prometedor. Es un estratega hecho y derecho, tan derecho que fue incapaz de reinventarse cuando los rivales se aprendieron su sistema y sus jugadores se cansaron del mismo. Los que ven honor en aquello de morirse con la suya tiemblan al escuchar lo que pasó con José Manuel. Vivió en el exilio. Fue paciente. Se desintoxicó lo más que pudo de sus propios absurdos. Se alejó de los medios a los que tanto detesta. Y ahora está de vuelta queriendo resurgir de la mano de las Chivas o que ellas lo hagan a través de él. Da lo mismo. Cuestión de supervivencia.
Chivas es lo más parecido a la Selección Mexicana. No por talento, sino por nacionalidad. A estas alturas se desconoce si dirigir al Rebaño es lo mismo, pero más barato, o lo mismo, pero más cabrón. Ambos comparten dudas existenciales. Mientras cada cuatro años millones de mexicanos sospechan un complot de la naturaleza en contra de quienes nacieron en el país de las quecas y los huaraches, en los rojiblancos recae la interrogante sobre la vigencia de su modelo, que así como le ha servido para mantener su identidad pese a la ineptitud al mando, le ha puesto freno de mano a sus ambiciones deportivas en una industria que castiga al romántico que a los millones de dólares añade reparos morales. La Selección y Chivas viven preguntándose si el éxito es para los mexicanos.
Vergara ha hecho todo lo que ha estado en sus manos. También ha destruido todo lo que ha llegado a ellas. Su decisión más popular ha sido la más obvia. El aplauso al sentido común como evidencia de lo mal que lo ha hecho. El regreso de este par implica el retorno a las primeras citas, a esos días en que se enaltecía lo bueno y se desconocían los vicios. En ese entonces, las afrentas al nuevo dueño eran ofensas directas a cada aficionado. La molestia era con Ailton, con Jaime Lozano y hasta con Molotov. No con él. Sus desplegados enamoraban a propios y enardecían a terceros. Las fotos temáticas reventaban el monótono entorno de la mercadotecnia deportiva en México. Un revolucionario, un tipo distinto, un puerco al que se le perdonaba no usar calcetines. El resto no ha sido más que un cementerio de técnicos, directivos, asistentes y podólogas. Un descanse en paz que ha llegado a personas, pero que de seguir así podría quedar constituido bajo el nombre de Chivas Rayadas de Guadalajara.
La del chivismo es una religión venida a menos. Su iglesia ha caído en desgracia. Las limosnas se acumulan. No pretenden ayudar, sino dar un golpe de estado. Quizás equivalga a lo mismo. Pero los fieles aún pueden volver. Con Néstor y José Manuel, Vergara garantiza que el aficionado mire de reojo la televisión, que navegue su teléfono móvil y como descanso a sus conversaciones en Whatsapp se atreva a buscar el resultado del partido. La fuerza nostálgica de otros le ha granjeado el beneficio de la duda. Jorge ha lanzado el último disparo queriendo cambiar la historia. Juega de Chicharito, de lo poco que le ha salido bien, en el último minuto. En el fondo, aunque luzca ese blindaje a la tragedia tan propio de los multimillonarios, sabe que quizás sea demasiado tarde, que el daño ha sido mucho. Vale la pena intentarlo.
