Por Irving Nava
Para todo juanático, uno de los recuerdos más bonitos de la infancia tiene que ver con la manera en que disfrutábamos del fucho. En esa época no nos importaba nada más que gritar los goles de nuestro equipo favorito, o llevar a todos lados nuestro balón y tenis por si se armaba la reta.
Cambiábamos de equipo a cada rato
Todo empezamos siendo aficionados de un equipo pero al poco rato cambiamos a otro. Ser villamelón en la infancia es válido porque es la etapa en que nos introducimos a la pasión futbolera y tenemos que definir bien la camiseta que habremos de amar por el resto de nuestros días.
veíamos los partidos con alguien especial
Nada más genial que sentarnos a ver el partido de futbol con papá, hermano mayor o abuelo y ver cómo se emocionaban por los goles o cómo hacían berrinche cuando su equipo favorito perdía.
Jugábamos a todas horas
No importaba si llovía o hacía un calor del demonio. Siempre era el momento perfecto para salir a echar la reta con los cuates. Incluso si no había balón, alguien aplastaba una botella y órale, a jugar. Hasta con almohadas rellenas.
Nos encantaba ponernos mil jerseys
No importaba si era pirata u original, si era o no de nuestro equipo. Era el regalo perfecto. Y, por supuesto, no faltaba el tío americanista que te quería ver de amarillo para hacer enojar a tu papá chiva.
Soñábamos con ser futbolistas
No lo nieguen. Todos en algún momento de nuestra infancia nos ilusionamos con ser ídolos de las multitudes como El Matador, Luis García, o para los más rucos, ser como Hugo Sánchez, Manuel Negrete o El D10S Maradona.