Por: José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
Antiguamente llovía en San Mamés y el campo desaparecía jugadores. Los rivales se hundían en los pantanos del estadio mientras sus leones, camuflados con el barro, se pintaban la cara para ir a la guerra. Eran los territorios de un equipo que le rezaba a la lluvia, su mejor estrategia.
Obligado por condición climática, el Athletic Club recibió una estricta formación británica. Durante más de un siglo (1898), fue instruido en las ciencias del juego aéreo y las artes del juego brusco. Todo un clásico del fútbol victoriano. Así ganó ocho ligas y 23 copas, las últimas en 1984. Llegaron los años de Nike, el euro, pay per view y el Athletic se fosilizó como la peseta. Parecía de las cavernas. La implacable globalización del futbol le pasó por encima. La Ley Bossman casi lo aplasta. Pero tapió puertas y ventanas convirtiéndose en un equipo de clausura. La última orden del fútbol se encerró en su Catedral.
Durante el temporal San Mamés siguió escurriendo historia. El vasco acudía a la grada con traje de gala: chubasquero y gabardina. Hasta que el viejo estadio fue impermeable. El campo drena, el jardinero cepilla el césped y contra toda tradición, renació el nuevo Athletic. Fue la transformación de un estilo de juego que en 116 años se entendía como parte de un rito meteorológico: es el cambio climático. Sigue defendiendo con su antigua fiereza pero ataca con renovada educación. San Mamés, el que amamanta, logró amansar a sus leones.