Comienza otro día en la temida frontera de Gaza, un pequeño puerto situado al suroeste de Israel y al noreste con Sinaí en Egipto. Bajo la luz brillante del sol y el silencio de las olas, varios niños disfrutan de jugar al futbol. La extensa playa de la Franja deja de ser un pedazo más de tierra para convertirse en 90 metros césped, donde se vislumbra una presumible batalla. La única disputa entre ellos será el balón.
A sus espaldas se puede ver la realidad de una tierra devastada por la guerra. El hospital de Shifaa, principal de la Franja, es el mar de las esperanzas muertas de los ciudadanos. El silencio invade por unos segundos la zona costera.
De pronto, se escucha un intenso tiroteo. A lo lejos de la playa una lancha israelí no cesa de lanzar proyectiles hacía a los niños. “¡Están disparando a niños!”, grita Walaa, una joven palestina. Rápidamente los pequeños tratan de huir de la masacre; sin embargo, el segundo proyectil los alcanza y mata a cuatro de ellos. Todos de una misma familia de pescadores del puerto de Gaza.
Minutos más tarde, decenas de hombres llegaron hasta la morgue. Traían los cuerpos mutilados de los pequeños soñadores.
Por un momento, el futbol hizo olvidar a los niños la hostilidad de lugar donde se encuentra viviendo. Sonrieron mientras pateaban un balón. Corrieron desesperadamente para ganar esa batalla que sólo los pequeños son capaces de entender. El amor al futbol.