Por: Roberto Quintanar
Los grandes no merecen el infortunio, pero el deporte castiga amargamente las malas etapas. Nadie imaginaba a mediados de los años noventa que 20 años más tarde, el poderoso Necaxa sufriría lo indecible para volver a los primeros planos.
Y es que, a pesar de lo colosal que llegó a ser, la historia de los Rayos y el sufrimiento parecen tener un matrimonio imposible de romper. Desde su nacimiento en 1923 tras la fusión de los equipos “Luz y Fuerza” y “Tranvías”, Necaxa ha tenido que probar mil sinsabores para poder saborear las mieles de la alegría y el gozo de las grandes hazañas.
Pero son esos sufrimientos los que construyen las leyendas y hacen que los equipos echen raíces con sus seguidores más fieles, que en el caso de los rojiblancos llegaron a ser contados pero de “hueso colorado”.
Así es. El destino del Necaxa está trazado para compartir cielo e infierno en cortos periodos, algo que ha ocurrido una y otra vez. Tras la era de los “Once Hermanos”, que barrían a cuanto oponente se les pusiera enfrente, vino una primera y dolorosa desaparición so pretexto de que la profesionalización del balompié mexicano rompía el espíritu deportivo con cuya bandera navegaba el equipo electricista.
Luego de reaparecer y dar un campanazo derrotando al poderoso Santos de Brasil, que liderado por un colosal Pelé, su dueño de entonces, Julio Orvañanos, tuvo una administración poco afortunada y terminó vendiendo la franquicia a dos empresarios españols: Antonio Ordóñez y Enrique Fernández. Estos personajes borraron de un plumazo la historia del cuadro electricista y le convirtieron en Atlético Español, golpe a traición que desgarró los corazones necaxistas e hizo que miles de seguidores dieran la espalda al legado rojiblanco para apoyar a otros equipos.
Pero las huellas profundas no se pueden borrar así pasen muchos años. Y Necaxa volvió para volver a ser grande, aunque le costó muchos años de navegar en los últimos lugares y luchar por el no descenso. Nuevamente, el sufrimiento, que además era acompañado por la indiferencia de un público que por aquellos años parecía haber olvidado a los Rayos.
La gloria de los años noventa hacía suponer un futuro glorioso para Necaxa. Miles de niños se vistieron con los colores del club, que se cansó de ganar trofeos durante esa etapa. Sin embargo, como en las ocasiones anteriores, el destino dijo otra cosa… una mudanza que terminó de romper el ya tocado lazo histórico entre los Rayos y su ciudad natal, la Ciudad de México, y poco después un descenso que terminó una vez más con los sueños electricistas.
Hoy Necaxa tiene una nueva oportunidad de ganar un título: la Copa MX. Para los Rayos, esto podría significar el inicio de una nueva era dorada, una que le exija regresar a los primeros planos y no quedarse solamente en un efímero logro si lo consigue.