A penas unas horas después de enterarse que la Agencia Tributaria española había descubierto la red societaria diseñada para evadir 4.1 millones de euros, la familia Messi ponía en marcha un nuevo plan para ocultar sus ingresos por derechos de imagen. Esta vez se trataba de una empresa panameña -la primera era uruguaya- con la que habían facturado parte de los ingresos de Lionel Messi relacionados con la explotación de su imagen, según reveló la investigación de Los Papeles de Panamá.
De acuerdo a El Confidencial, medio que reveló en exclusiva esta información, Messi y su padre reprodujeron el patrón de las grandes redes de blanqueo, lo que significa que ni la hacienda ni la justicia española habrían podido averiguar sin información previa quién se ocultaba en realidad detrás de esa sociedad panameña.
Messi fue de los primeros involucrados en esta investigación en reaccionar. De inmediato puso a su equipo de abogados a trabajar en un comunicado en que se deslinda de la información publicada y amenaza con demandar a los medios que lo difaman, pero, ¿los aficionados al futbol seguirán considerando a Messi un héroe a pesar de que al mismo tiempo que demuestra ser el mejor en el campo va camino a convertirse en un campeón del fraude fiscal? Difícil saberlo con precisión, un personaje con esa popularidad, en un deporte que se ha visto manchado por los escándalos de corrupción, pero que al mismo tiempo se ha convertido en uno de los distractores sociales por excelencia, donde la gente se olvida de la cotidianidad por noventa minutos, no puede ser un héroe en la cancha y un defraudador en la calle.
Estamos posiblemente frente al otro Messi, el ciudadano capaz de crear un mundo oscuro como si se tratara de la deep web en la que habitan las estafas, donde gobiernan las estrategias para defraudar al fisco, en el que la evasión fiscal es un común denominador. No estamos habituados a juzgar a Messi como un oriundo argentino, sino como la leyenda en la que se ha convertido a partir de lo que hace en el campo.
Duele pensar que Messi pudo aprobar la creación de una de las redes de blanqueo de dinero más sofisticada. Duele saber que esa fábrica de sueños llamada Lionel también es capaz de fabricar mundos oscuros. Duele darse cuenta que no es la primera vez que se le ve involucrado en un caso de corrupción, sino la segunda. Duele hacerse a la idea de que a Messi posiblemente lo recordaremos por lo que hizo fuera del campo como a otras leyendas, por ejemplo Pelé o Maradona.
No es que este escándalo represente la muerte anunciada de Lionel, porque seguirá despertando emociones en cada campo que pise, pero simboliza la existencia de otro Messi al que posiblemente debamos también acostumbrarnos. Este otro Messi no fomenta la fe, sino la desesperanza.
