Por Aldana Perazzo (Buenos Aires, Argentina)
El día después que siempre duele. Cuando ya no suenan las vuvuzelas y el viento arrastra los miles de papelitos por el aire. La principal avenida violentada por unos pocos que nada tienen que ver con fútbol. El silencio de la amargura que queda.
Una vez alguien dijo que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes y puede que sea cierto. Ojalá viviéramos un eterno mundial. Donde los argentinos somos ante todo argentinos. Siempre.
Pero de a poco perdemos el efecto mundialista. Y qué hacer con tanto celeste y blanco. Los chorros vuelven a ser chorros, los vándalos, vándalos y los hinchas que hasta ayer celebrábamos un subcampeonato hoy nos despertamos con la tristeza que sólo nosotros conocemos. Con los hubiera que no existen. Con las cábalas a la basura y las promesas sin cumplir.
Y la vuelta a la rutina y a las preocupaciones reales y la vida es eso que pasa entre mundial y mundial.
Y veo a nenes llorar sin consuelo porque ellos crecieron con un Messi que los obligó a ilusionarse.
Y veo a hombres que entregaron toda su fe a Messi, olvidándose que él también es humano y a veces las cosas pueden no salir.
Y veo a un Messi de pocas palabras, cargando una cruz cada vez más grande.
Los papelitos siguen volando. Melancólicos. Desolados. A la espera de la eterna revancha que la vida se empeña en postergar.