Por: Raúl Garrido | @RauGarr
Jugador de pocas palabras. La descripción de Anderson Luis de Souza, mejor conocido como Deco, debe hacerse rápidamente, casi como pensaba en el campo: toco, me muevo, hago una gambeta o disparo a gol. Siempre pensando antes de recibir la redonda. Sin tantos reflectores como otros jugadores, con los que compartió la cancha, siempre brilló. Habrá que viajar hasta Sao Bernardo do Campo, ese pequeño municipio del Gran Sao Paulo donde pateó sus primeros balones, hizo aquellas gambetas, deslumbró al mundo con ese cuerpo escurridizo, musculoso y rebajado.
Alto. Hay que tener en cuenta algunos rasgos técnicos del susodicho, como la posición en la que se desempeñaba, el rol que asumía en la cancha, o el tiempo que le daba al balón: Deco se situaba en el centro del campo, de ahí partía al ataque o repartía a los delanteros. Como segundo pivote, echaba una mano al contención, encargado de la recuperación de la pelota, para darle salida al juego, cabeza en alto, balón pegado a los pies, siempre viendo al compañero mejor colocado. Como interior desempeñaba más o menos las mismas funciones, pero sin tanta responsabilidad con el contención. Pese a que podía jugar también como extremo por la diestra, y lo hacía muy bien, donde más cómodo se sentía era como enganche. Claro, siempre le gustó la libertad, y la rebeldía.
Atacaba en bloque, siempre acompañado de un talento indescriptible, aunque también sabía hacerlo solo, cuando no había opción de apoyarse en un compañero: jogador pensante. Si le llegaba un balón cerca del área, no había con quien acompañarse y la defensa intentaba cerrarlo; le pegaba a gol como cuando un artista pinta un cuadro, con soltura, sin mirar al arco como quien sabe de la grandeza de su obra. No por casualidad, sino por instinto, por naturaleza; después de todo el futbol se trae, no se aprende.
Su grito espasmódico tras marcar, es modelo ejemplar de la carcajada nocturna que trastorna cualquier manicomio, si por manicomio entendemos algún estadio de futbol. Enloqueció a la gente en Oporto, Barcelona y Londres, tres ciudades netamente futboleras, como después lo haría en Río de Janeiro. Ama el buen futbol, el Jogo Bonito, o Futbol Total, como le dicen en Europa, y lo traslada al terreno de juego, el Barómetro, como lo bautizó Frank Rijkaard.
Como si hubiera egresado de Hogwarts, Deco siempre tuvo magia en los pies: nos regaló una gambeta, un lujo, un caño, una sonrisa. Quizá, antes de cada partido rociaba sus botines con polvos mágicos, para asegurarse el triunfo en las lides balompédicas, aunque falta no le hacía. Su palmarés ganador lo demuestra: tres ligas portuguesas, tres copas de Portugal, una copa UEFA, una Champions League, con el Porto; dos ligas españolas, dos supercopas de España, una Champions League, con el Barça; una Premier League, dos FA Cup, una Community Shield, con el Chelsea, y dos Brasileirao con el Fluminense. Además de los reconocimientos individuales: mejor jugador de la final de Champions 2004, Balón de Plata, mejor jugador de la Eurocopa 2004, mejor centrocampista de la Champions 2006, mejor jugador del Mundial de Clubes 2006, mejor centrocampista de la Champions 2006.
Antes de abandonar a este cerebro abominable del reino feroz del futbol, debo hacer una aclaración necesaria: Deco tiene la admiración y cariño de sus excolegas, así como de rivales, y sobre todo de quienes lo vieron en una cancha. Es quizá el mediocampista que más prosélitos ha logrado entre la dura afición futbolera de Europa y, me atrevo a pensar que Mundial. Así es Anderson Luis de Souza, así fue Deco, jogador pensante.