Por: Roberto Quintanar
Max Weber, sociólogo alemán, basaba su definición del Estado en el monopolio de la fuerza (o violencia) como forma de legitimación.
Esta fuerza se cimienta sobre las leyes. El bienestar del ciudadano se da, en teoría, porque dicha violencia permite que se mantenga un Estado de derecho.
En México, sin embargo, la violencia no está monopolizada por nadie. Distintos grupos criminales actúan con toda impunidad a lo largo y ancho del territorio nacional, e incluso las fuerzas que deberían ejercer una violencia con el fin antes citado, el bienestar del ciudadano, muchas veces la encaminan contra éste.
No es de extrañarse que una buena parte de la población perciba al Estado mexicano como un ente descabezado a pesar de las instituciones que se supone la componen pero no proyectan certeza a la gente. La pregunta constante del pueblo es “¿para quién trabajan las instituciones?”. El peso debilitado, los altos índices de criminalidad, la impunidad, el asesinato de periodistas y las acusaciones contra inocentes forman parte de este caldo de cultivo llamado desconfianza en la autoridad.
Pero regresemos a la fuerza no monopolizada para trasladarnos a la esfera balompédica, una mucho menos importante que sin embargo es la que nos atañe en este espacio. Así como se percibe un Estado descabezado, la Selección Mexicana fue percibida de esta forma: grupos de interés influyendo sobre el director de Selecciones Nacionales, jugadores capaces de remover a un directivo (Néstor de la Torre) que quiso imponer disciplina, futbolistas por encima de una autoridad inexistente encarnada por un Miguel Herrera que canalizaba sus energías hacia cualquier parte menos a la cancha…
El 'Tri' es un Estado donde varios grupos quieren ejercer la fuerza que le corresponde legítimamente a dos personas: el director de Selecciones Nacionales y el entrenador, sobre todo éste último. Las televisoras, los patrocinadores, los promotores y las empresas que organizan partidos inciden sobre el equipo en los ámbitos administrativo y deportivo. En ese tenor, la búsqueda de un equilibrio ha sido fallida y hasta perjudicial.
Se dice que la Federación Mexicana de Futbol puso los ojos en Marcelo Bielsa para que se haga cargo del equipo nacional. La opción luce todavía lejana, pues representaría una revolución más allá del terreno de juego. Los grupos de interés que pujan por el monopolio de la fuerza en la Selección tendrían que hacerse a un lado porque si el Loco llega al banquillo tricolor, nadie más podría ejercer esta fuerza si no es él.
Bielsa no se anda por las ramas. Cuando toma un proyecto, sólo existe un mando: Marcelo Bielsa. Por vez primera en un largo tiempo, el orden estaría presente a pesar de las televisoras, los patrocinadores y los mismos jugadores. Si no se le cumple esta simple condición, el monopolio de la fuerza, el argentino mandaría al diablo a los directivos mexicanos.
Por ese simple motivo, en el entendido de que la Selección es uno de los muchos reflejos de la caótica realidad de un país que ha sufrido mucho en los últimos años, la llegada del Loco Bielsa es improbable (aunque no imposible). Y si se diera, siempre existiría ese riesgo de que el sudamericano se marchase si no le permiten tener el control de todo.
Ese puesto tan complicado al que a veces se le exige más que a cualquier político espera por alguien como Bielsa, pues sólo un tipo con sus características podría desatar la guerra civil que se necesita para que el interés que prevalezca sobre todos los demás sea el deportivo.