El líder de la Selección de Panamá apareció detrás de los micrófonos para cumplir con su parte, no se ocultó ni esquivó a los medios. Con visible tristeza, Hernán Darío Gómez aceptó el peso de la derrota y liberó al conjunto mexicano de la presión por los errores arbitrales. Ofreció respuestas que revelan la molestia, pero no sobrepasan los límites de un director técnico que dice amar a este deporte.
Cuando Guardado se disponía a cobrar la pena máxima, los jugadores panameños pensaban en abandonar el campo y fue el estratega quien los convenció de volver a meterse en el juego, aunque confiesa que batalló para conseguirlo. Su rostro desencajado reflejaba la decepción, no de haberse quedado a un paso de la final, la del romántico que deja de creer en la magia.
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