Por Raúl Cárdenas
Rafael Sobis veía de niño a los Supercampeones, no porque le gustara el futbol, sólo porque era lo único que había en las tardes en la televisión.
Vivía en la ciudad brasileña de Erechim. Sus deportes favoritos era el basquetbol y la esgrima. Pero mientras veía un capítulo de la caricatura, se emocionó por el futbol. En el programa, Japón, liderados por Oliver Atom, vencían a Alemania en la final del mundial juvenil, y después de la victoria el amigo y asesor de Oliver, Roberto, le dijo que lo llevaría Brasil.
Sobis se sorprendió y al otro día espero con ansías a que iniciara el siguiente episodio. Al principio sintió la emoción al escuchar como los aficionados cantaban y alentaban a Atom. Decidió que quería vivir lo mismo.
A los 13 años se fue a Porto Alegre para integrarse a las inferiores de Internacional. Tuvo que madurar rápidamente por la ausencia de sus padres y se forjó un carácter que le ayudó para sobresalir. Tan sólo a los 20 años era estrella con los colorados y ganó su primera Copa Libertadores.
Un año después, en 2006, partió a Europa. Betis gastó 8.5 millones de euros en la joven promesa brasileña. En España la expectativa era alta. Pero en la cancha no demostró lo que lo hizo brillar. Las lesiones también mermaron su rendimiento. El club español quiso recuperar su inversión y lo vendió al Al Jazira en 10.5 millones de euros.
En los Emiratos Árabes Unidos su paso fue fugaz, decidió regresar a su origen, el Internacional. Las cosas no le pintaron tan bien, no jugó mucho, pero pudo ganar su segunda Libertadores. En la final anotó un gol contra las Chivas.
Sobis tuvo que replantear su carrera, ya no era la joven promesa de Brasil, tenía familia y buscaba regularidad. La solución la encontró en el Fluminense, lo compraron al Al Jazira. Ahí volvió a ser regular y fue fundamental en los campeonatos locales que consiguió el Flu.
Rafael Sobis era otro jugador y su perspectiva hacia el futbol había cambiado. No le gustaban los ataques excesivos de la prensa, las actitudes soberbias de sus compañeros futbolistas, ni la violencia de los aficionados. Incluso comentaba que en su vida personal ya no quería saber nada del futbol. Lo único que no cambiaba era su gusto por el rock, ese género que le provocó peleas en los vestuarios, porque la mayoría de los brasileños prefería la samba, el funk o el hip hop.
A pesar de lo que pensaba, seguía disfrutando jugar, por lo que emprendió una nueva aventura. Partió hacia México con Tigres. Los felinos lo contrataron con un objetivo, que los haga campeones del torneo que dos veces ganó, la Libertadores. Y para llevársela tendrán que ganarle al equipo con que lo consiguió, el Internacional.