Por Mauricio Cabrera (enviado especial)
Un muro los separa. Como el de Berlín que cayó el 9 de noviembre de 1989. Como la frontera entre San Diego y Tijuana. De un lado, gritos de ánimo para una Selección que vive en la esperanza de acceder al primer mundo del futbol. Del otro, gargantas exaltadas sabiendo que de por medio está la supervivencia. Contrastes que dan la vuelta a la manzana. Del poderío de la FIFA a la pobreza de los que ven pasar de lado una fiesta que se supone suya.
Iguales, pero diferentes. De carne y hueso, pero divorciados por el capitalismo. El Mundial es un acto de cinismo en el Centro de Entrenamiento Rey Pelé. Del kilo de plátanos por seis reales a los trescientos setenta y dos mil dólares que gana Chicharito al mes. El deporte más popular del mundo como símbolo de la segregación.
Dirá la FIFA que la Copa beneficia a todos. Y es cierto. Hoy el vendedor de pastes y salgadinhos incrementó sus ventas. Se llevó unos reales por la visita de periodistas y aficionados mexicanos. Vivirá mejor hoy, quizás mañana o hasta pasado. No más. La FIFA reparte migajas al mundo mientras monopoliza el juego.
Cuando Herrera terminó de hablar en conferencia de prensa, los puestos habían desaparecido. No quedaba ni el mercado sobre ruedas ni los futbolistas. El circo itinerante de la FIFA había concluido. Quizás sea mejor que la Copa no vuelva al tercer mundo. Al menos habría menos cinismo.