Silbar en silencio

Silbar un himno nacional en un estadio, como agredir a cualquier ciudadano, es complicidad y anonimato. El cobarde, igual sucede con las manifestaciones racistas en el fútbol, siempre se esconde detrás de otro cobarde, que no lo denuncia o forma parte. Si silbaron miles, por cada mil, cien callaron. El problema es que el silencio no hace ruido. En un estadio de fútbol el silencio muere. Un partido de fútbol, nunca, jamás -juegue quien juegue y donde se juegue-, será una tribuna democrática. Porque la democracia es un ejercicio individual, con resultados colectivos: voto libre y secreto. Silbar por miedo es igual a callar por miedo. Es como votar a mano alzada en medio de una pasión popular. La libertad como la democracia, tiene sus mecanismos. Un silbido en un estadio es tan técnico como un voto sin elecciones. Marketing político. Silbar es manifestarse, si, pero votar, es pensar en solitario sobre el futuro de todos. Nadie está solo en un estadio, nadie. Ni siquiera Messi: parte de un equipo, una comunidad y un país. Un aficionado, tiene otras herramientas garantizadas para decidir y ejercer su derecho, eso lo vuelve ciudadano, no fanático. Y los estadios de fútbol garantizan entretenimiento y noventa minutos de identidad a sus habitantes, pero no son lugares ideales para la reflexión ni para vivir en ellos. Ningún aficionado quiere vivir dentro de un estadio. Al final del partido, todos vuelven a su casa en transporte público, calles iluminadas, seguras y bien pavimentadas: como principio básico de civilización. De organización ciudadana. Por eso se vota, no se silba. Y cuando los ciudadanos del Camp Nou han votado, no han silbado en las urnas. No tienen un cobarde al lado, tienen sólo, otro ciudadano confundido en un apasionado estadio de fútbol.