Por Alan Sunderland

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Lo recuerdo bien, era mi primer viaje en avión con Monarcas. Asiento 7A, lo que significaba que me había tocado ventanilla en una aeronave a la que no le cabían más de 30 pasajeros, eso sí, todos profesionales y con varios torneos jugados en el mundo del futbol.


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Nuestro destino era Torreón, un vuelo con un trayecto de poco más de dos horas a la tierra que nos catapultaría a la Fiesta Grande, con tentempié incluido.

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Al momento del abordaje, cada uno de los pasajeros tomaba su lugar sin importar lo que el boleto tuviera impreso, ya sabían quién era su pareja y qué asiento les correspondía por jerarquía; llegaban con audífonos, revistas, diarios, libros, portátiles, tablets, botana y hasta baraja para pasar el tiempo, antes de afrontar uno de sus mejores partidos del campeonato.


Siendo de los últimos en entrar, recordaba mis experiencias en donde “eres el nuevo” y necesitas ganarte la confianza de todos, entonces, caminé por el pequeño pasillo que separa las cuatro hileras de asientos del avión para llegar a la fila número “7”, la de la suerte.


Para mi sorpresa, ya tenía compañero y se encontraba sentado en la ventanilla, en el 7A. Pocas conversaciones habíamos entablado previo a ese vuelo, quizá, una que otra en el Estadio Morelos y un par más en algún trayecto por autobús, yo apenas cumplía el mes en la Institución. Con polo roja y jeans, como acostumbrábamos viajar en aquél entonces, y acompañado de un dispositivo para ver películas por horas, el número 26 de Monarcas ya se había acomodado; lo que, automáticamente, indicaba que me tocaría pasillo.

Valdez, un tipo sencillo, carismático, familiar, culto, astuto para descubrir lo que desconoce e interesado en la historia, la ciencia y la geografía, cedió abiertamente ante las preguntas comunes que por instinto genera un periodista que, en este caso, se convertía en su compañero y aliado.


Sus inicios en Mazatlán, como cuando convivía con su familia; su llegada a la Perla Tapatía, como buscar donde vivir y cómo moverse; su adaptación en las Fuerzas Básicas de los Rojinegros, como ganarse a los compañeros con goles en los clásicos, ante el odiado rival y en los momentos decisivos; el porqué de su apodo, como cuenta él la historia en la que un entrenador no sabía su nombre, lo quería meter y de la nada gritó: “tú, el ‘Recodo’”, provocando la risa entre sus compañeros y originando un sobrenombre que ya es conocido en el medio; sus amistades en el futbol, como la escuela que era Atlas y en donde cambió compañeros por amigos, o los que ya había hecho en Monarcas; su paso por Dorados, en el que la simbiosis de la ambición y el profesionalismo te llevan a tener continuidad; y los sueños que le faltan por cumplir, como llegar a la Selección y jugar en Europa… son tan solo algunos de los temas que se generaron en dos horas de vuelo, las que te permiten conocer al personaje detrás del disfraz de jugador y al aficionado empático con el cuadro inglés de Liverpool.


Un diálogo enriquecedor que permitió ese acercamiento, que para muchos suele ser un suplicio o algo alejado de la realidad, entre un futbolista y un periodista. Aquí no se intercambiaron playeras, sino Historias de Vuelo detrás del balón.


Así, tan solo fue la ida. El regreso, tras conseguir un gran resultado el cuatro de mayo de 2013 en el Territorio Santos Modelo, nos tenía preparado otro relato para el anecdotario.


Salimos del Estadio rumbo al aeropuerto aproximadamente a las 22 horas. Al llegar a la terminal, nuestro Secretario Técnico ya tenía todo listo para que el plantel tomara su boleto, documentará, dejara su maleta e ingresara a la sala de espera.


Tras pasar el retén de seguridad, en nuestro deambular y por la hora, encontrábamos los locales cerrados. Por fortuna, a lo lejos encontramos abierta una pequeña tienda, convirtiéndose en la salvación de algunos que, como en toda ley de oferta y demanda, incrementó los precios de una forma descomunal. Tan exorbitante, que un paquete de seis galletas de marca conocida rondaba los 55 pesos.


Ahí, poco a poco, al ser los únicos en la sala de espera, nos fuimos acomodando; algunos, cansados por el juego y la gran actuación, se recostaban; otros, relajados se retaban por medio de sus tablets en videojuegos; y unos más, cargaban sus teléfonos.


Al abordar, la misma rutina que en la ida: acomodarnos en el lugar ya habitual, cierre de puertas, explicación de las medidas de seguridad, revisión del asiento en posición correcta, tripulación a sus lugares y el despegue. No obstante, algo peculiar tendría este regreso; además del triunfo y un cuarto lugar en la tabla general.


Tras quince minutos de vuelo, en la fila 7 se presumía un festejo muy peculiar: un doble cumpleaños en un traslado Torreón – Morelia. ¡Vaya sorpresa! Quedará en el anecdotario. Mi compañero, Christian “El Recodo” Valdez, y yo celebrábamos al unísono y con el equipo a diez mil pies de altura un año más de vida.


Así termina una de las tantas Historias de Vuelo por las que no cambio lo que hago y disfruto con toda pasión.

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