Por: Carlos Jalife
El arranque del GP de San Marino en Imola el 1 de mayo de 1994 tenía un aire distinto a pesar de ser la tercera ronda del campeonato de F1. No sólo por el hecho que Barrichello, joven promesa brasileña, hubiera tenido un fuerte accidente el viernes durante la calificación ni porque Rolando Ratzenberger hubiera perdido la vida en la sesión clasificatoria el día sábado. No, se trataba de un aire sombrío en el fin de semana que no se recordaba desde 1982 en el GP de Canadá donde Riccardo Paletti perdió la vida durante la carrera, último accidente mortal en un fin de semana de Fórmula Uno antes de aquel trágico 30 de abril de 1994.
En el centro del Gran Premio de San Marino estaba la figura de Ayrton Senna, el tricampeón brasileño que había llegado a Williams para buscar otro título y cuyo inicio de campaña no había sido conforme a lo esperado con dos posiciones de privilegio, pero sin puntos. Sin embargo, el gran premio en Imola representaba la oportunidad perfecta para retomar el rumbo y recortar la ventaja que Schumacher había logrado en las dos primeras fechas del campeonato.
La muerte de Ratzenberger opacó el fin de semana, pero el principal afectado pareció ser Ayrton que lucía fuera de sí a tal grado que Sid Watkins, el legendario doctor de la F1, lo incitó a abandonar el GP y dedicarse ambos a otra cosa; pero Senna no podía parar y la respuesta fue negativa ante la invitación del profesor Watkins y el piloto del auto número 2 de Williams se dispuso a correr el domingo como lo había hecho muchas veces antes. Lo que siguió todos lo saben. Senna era líder hasta que entrando a Tamburello se rompió la dirección del auto y se impactó contra el muro de contención para perder la vida. A partir de ese momento, la F1 no volvería a ser igual.
El impacto en el automovilismo fue notorio y la Fórmula Uno no ha vuelto a tener un accidente fatal desde ese entonces, enfocándose la FIA en la seguridad de los pilotos que compiten en ella. Cada año se han mejorado las pruebas y diseños de los autos y circuitos en aras de evitar otra muerte en pista, especialmente la de un superestrella como el brasileño. Pero el mayor impacto vino en el automovilismo brasileño, deporte que tomó relevancia en el país sudamericano en gran medida por los éxitos logrados por Fittipaldi, Piquet y Senna justo en los peores momentos de la selección de futbol local.
La muerte de Ayrton marcó el final de la época de oro del deporte motor brasileño y el resurgimiento del futbol en el plano internacional siendo una casualidad que Emerson Fittipaldi debutó en F1 cuando Brasil logró su tercer título en la Copa del Mundo de México ’70 mientras que el fallecimiento de Senna fue justo en el año en que la verde-amarela volvería a ser campeona del mundo. 24 años en el que el deporte motor era más importante en Brasil que el mismo futbol.
Pero más allá de todos esos impactos, la defunción de Senna le evitó la doble muerte a la que los atletas son sujetos y le permitió convertirse en leyenda. No hay forma de pensar en un Senna que se quedó un año de más en la Fórmula Uno, ni haberlo visto cuando sus habilidades disminuyeran. La muerte de Ayrton lo volvió inmortal y lo dejó eternamente joven para así ser recordado. Senna era objeto de culto en Brasil y el mundo por su carismática forma de ser, su mezcla de talento y divinidad al manejar pero, sobre todo, por tratarse de un piloto que no se guardaba en la pista y siempre iba al máximo, estuviera peleando por la victoria o por el último puesto, algo que se agradece en extremo en el deporte motor.
A 20 años de la muerte de Ayrton Senna no ha surgido otro piloto que genere tal culto ni con semejante talento natural. A 20 años, la F1 ha cambiado pero no ha podido alejar el fantasma de Imola en 1994. A 20 años, Senna sigue siendo el piloto más vigente que ya no compite. A 20 años, lo seguimos recordando como si nunca se hubiera ido.